En los primeros días de setiembre forma parte del ritual dedicar unas líneas al nuevo curso escolar y, un año más, hay que reprochar a los dirigentes políticos que comience sin que hayan dado un paso para lograr un pacto de Estado sobre la educación.
El reproche va dirigido fundamentalmente a los dos partidos que gobernaron en democracia. En esta legislatura, los populares aplicaron el rodillo de su mayoría absoluta para aprobar la Lomce que está siendo rechazada por las fuerzas políticas y tampoco cuenta con la aceptación de gran parte de la comunidad universitaria.
Los socialistas tampoco pueden sacar pecho. Suyas son las leyes de educación anteriores y los resultados son los índices de fracaso escolar más altos entre los países de nuestro entorno, como revelan los informes PISA y la mala posición de las universidades en las clasificaciones anuales. Su líder ya anunció que derogará la Lomce, lo que significa volver a empezar sin consenso para más desconcierto de alumnos y profesores e indignación de los padres. No es el mejor aval a su oferta de pacto educativo de última hora.
Tampoco están exentos de culpa los partidos minoritarios, que solo se acuerdan de la educación para sacudir al gobierno de turno, ni las Autonomías que, en su afán por diferenciarse, ahondan en la desvertebración del sistema y el resultado son 17 modelos educativos.
Por tanto, en educación seguimos igual, cada uno defendiendo su modelo ideológico sin buscar una planificación conjunta y coherente del sistema educativo que, respetando las singularidades, responda a las necesidades de formación que tienen ahora los escolares y universitarios y sirva para ayudarles en su futuro desarrollo profesional. A mayores, la enseñanza de calidad es un factor clave en los procesos productivos de las empresas y en el “cambio de modelo económico” que no será posible si no se apoya en la educación.
“La gente me pide por la calle un gran pacto educativo”, dice el Ministro. Pero los dirigentes políticos prefieren imponer sus intereses partidarios, que mantienen la educación dentro de la mediocridad, antes que escuchar el clamor ciudadano y consensuar un modelo que tienda a la excelencia. ¿Por qué no dejan que los técnicos encarrilen la educación que determina el presente y el futuro de escolares y universitarios? ¿Por qué son incapaces de entender que la transformación del país se fragua en la escuela y en la universidad?En los primeros días de setiembre forma parte del ritual dedicar unas líneas al nuevo curso escolar y, un año más, hay que reprochar a los dirigentes políticos que comience sin que hayan dado un paso para lograr un pacto de Estado sobre la educación.
El reproche va dirigido fundamentalmente a los dos partidos que gobernaron en democracia. En esta legislatura, los populares aplicaron el rodillo de su mayoría absoluta para aprobar la Lomce que está siendo rechazada por las fuerzas políticas y tampoco cuenta con la aceptación de gran parte de la comunidad universitaria.
Los socialistas tampoco pueden sacar pecho. Suyas son las leyes de educación anteriores y los resultados son los índices de fracaso escolar más altos entre los países de nuestro entorno, como revelan los informes PISA y la mala posición de las universidades en las clasificaciones anuales. Su líder ya anunció que derogará la Lomce, lo que significa volver a empezar sin consenso para más desconcierto de alumnos y profesores e indignación de los padres. No es el mejor aval a su oferta de pacto educativo de última hora.
Tampoco están exentos de culpa los partidos minoritarios, que solo se acuerdan de la educación para sacudir al gobierno de turno, ni las Autonomías que, en su afán por diferenciarse, ahondan en la desvertebración del sistema y el resultado son 17 modelos educativos.
Por tanto, en educación seguimos igual, cada uno defendiendo su modelo ideológico sin buscar una planificación conjunta y coherente del sistema educativo que, respetando las singularidades, responda a las necesidades de formación que tienen ahora los escolares y universitarios y sirva para ayudarles en su futuro desarrollo profesional. A mayores, la enseñanza de calidad es un factor clave en los procesos productivos de las empresas y en el “cambio de modelo económico” que no será posible si no se apoya en la educación.
“La gente me pide por la calle un gran pacto educativo”, dice el Ministro. Pero los dirigentes políticos prefieren imponer sus intereses partidarios, que mantienen la educación dentro de la mediocridad, antes que escuchar el clamor ciudadano y consensuar un modelo que tienda a la excelencia. ¿Por qué no dejan que los técnicos encarrilen la educación que determina el presente y el futuro de escolares y universitarios? ¿Por qué son incapaces de entender que la transformación del país se fragua en la escuela y en la universidad?