Los cientifícos nos sorprenden cada día con estudios curiosos que llaman la atención del profano, en este caso, yo. Uno de los últimos informes de estas características que ha tenido un hueco relevante en los medios de comunicación se refiere a los besos. No se centraron en esos que triscan y que suelen dar las abuelas a los nietos para disgusto de las víctimas, sino en los otros, en los apasionados, en los que se dan con lengua. Parece idílico y amoroso, pero cuando te cuentan qué sucede cuando la sinhueso se roza contra otra durante un mínimo de diez segundos da repelús y pierde parte de su encanto. Les cuento. En cada beso de esas características se intercambian nada más y nada menos que ochenta millones de bacterias. Glub... Eso, según nos cuentan, es constatable gracias a un estudio que estos mismos científicos realizaron de los microorganismos que habitan en la boca. Podría parecer suficiente para que nos lo pensemos dos veces antes de darnos el morreo padre, pero también hicieron otro experimento para tranquilizarnos. Seleccionaron a 21 parejas, todas ellas sanas, y tomaron muestras de las bacterias que se encontraban en sus bocas. Después de anotar toda la retahíla de los 80 millones, venga, a besarse. Como buenos colaboradores se dieron el lengüetazo padre antes de ser analizados otra vez. La conclusión es relajante para los que ahora mantienen una relación apasionada. No pasa nada. Uno puede besar a su pareja sin temor a contraer una enfermedad, pese al flujo de bichitos malos que circulan por nuestra boca. Solo aquellos que estén horas y horas cada día dale que te pego podrían tener algo que temer. Y ni así. Bueno, podría haber excepciones, pero eso ya sería una cuestión de higiene personal.