Durante el festival “Cultura Quente” de Caldas de Reis se invita a jóvenes artistas para que tomen al “asalto”, cómo sino, el espacio necesario donde expresarse en ese estado de rebeldía rayano a la desesperación a que nos aboca el arte. No en vano nos interroga en espacios del espíritu, lejos del animal que late en nuestra boca.
Sus obras mueven a vecinos y visitantes a esa reflexión que llamamos “indignación”, lo hacemos por todo y con todos.
Este año el objeto de discordia fue un “cruceiro”. La obra realizada en ladrillo sin enlucir, respeta el canon arquitectónico de cualquier otro. Lo corona, eso sí, es una dorada diadema “made in china” y se observa en su estructura manchas de pintura y borbotones de un polímero con todo el aspecto de grosera exudación, cuando no vómito. A la par se aprecian peluches atrapados en su estructura. Quizá alegoría de esa infancia atrapada por la fe.
La cuestión es que a algunos vecinos se le antoja irreverente. Pese a ser este, como todos, un pueblo de tolerantes y demócratas de toda la vida. El serlo de los últimos cinco minutos se nos antojan escaso, aunque resulta extremadamente difícil. Y es que no es solo un decir, es un hacer.
Es curioso, el hombre es reacio a adherir a los demás a su suerte, sin embargo, le encanta afiliarlos a la fe y servidumbres de su dios. Tal vez sea esa nuestra última generosidad, nuestra primera tiranía, o quizá solo el amargo signo de nuestros días.