Novedad, feliz novedad

Habíamos pensado siempre que Navidad era lo contrario, o casi, de ‘novedad’. La Navidad es -era- tradición, apego a costumbres seculares, a valores de paz, concordia, días de tranquilidad familiar. Ahora, la novedad se impone en los titulares a la Navidad. 
Me someten en una televisión a un debate, más o menos frívolo -también la levedad era un signo de estos tiempos-- sobre si deben ‘prohibirse’ las discusiones políticas en las cenas navideñas. Temo que muchas familias –en Cataluña ya ni hablemos– van a autocensurar cualquier alusión a la situación política, incluso, conozco un caso, a comentar el mensaje del Rey, nunca expresado en tiempos de mayor incertidumbre.
Todo es nuevo en estas fechas antes –¿recuerda usted?– apacibles de Navidad. Incluso parece que harán trabajar estos días a los diputados, que llevan años al ralentí, para acelerar la muy atípica investidura de Pedro Sánchez al frente de un Gobierno de inestable (des)equilibrio, basado en un acuerdo ‘in extremis’ con una fuerza que no quiere sustentar, en el fondo, al Gobierno central, sino socavarlo. Y colocando en lugar estratégico a un vicepresidente a quien, según la doctrina del propio Sánchez, antes había que excluir del Ejecutivo por múltiples razones que producirían insomnio caso de tener a ese personaje en posiciones de poder. Solamente recuerdo, para mayor intranquilidad de la ciudadanía, que ese vicepresidente aún ‘in pectore’ quería, hace ya cuatro años, hacerse con el control de parcelas estratégicas como la televisión y la radio oficiales, los servicios secretos, la regulación de las autonomías y otras bagatelas en las que sospecho que ahora podrá intervenir casi a placer.
Llegamos a esta Navidad habiendo estirado al límite la resistencia del Tribunal Constitucional, del Supremo, de la Fiscalía, de la Abogacía del Estado. Todos ellos están enfrentados, quizá asustados del tinglado que se ha puesto en marcha: hemos dejado al poder Judicial en llamas. Con el Parlamento sin más función que plegarse a la necesidad de forzar esa investidura cuanto antes, no vaya a ser que se caiga todo el tinglado tan poco sólidamente montado. 
Con un Ejecutivo que, lógicamente, estando en funciones, no funciona y que quiere una cierta permanencia –va a ser poca, sospecho– como regalo de Reyes (magos, porque todo esto, que si uno lo hubiese anticipado hace un año, le hubiesen encerrado en un manicomio, parece cosa de magia, quizá negra).
Cierto, el país aguanta. Las grandes superficies, la lotería nacional, los bares, el cupón de los ciegos y un par de cosas más, no muchas, significan aún un principio de unidad nacional. Las panaderías abren, los colegios siguen ahí, dando clases en un sistema educativo más o menos polémico, los turistas siguen visitando nuestro magnífico país. 
Pero eso, lo siento, no significa normalidad, y no quiero en absoluto ser apocalíptico. Normalidad sería poder pasar estas navidades sin novedades políticas que nos sobresalten. Mis maestros en ciencia política me explicaron que la rutina, una saludable rutina, era la esencia de una democracia sana. Sobre todo, claro, en Navidad. Ahora, eso se va desmoronando, no solo, por supuesto, en este país nuestro. Pero este país, España, es en el que vivimos y el que más nos inquieta. En fin, queridos lectores, acabemos con un mensaje clásico: muy feliz Navidad, ya que no sé si las novedades serán o no tan felices.

Novedad, feliz novedad

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