TARJETAS BLACK

El escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid ha sido una vuelta de tuerca en los escándalos de corrupción que recorren el país, afectando a cualquier color político, sindicato o grupo de “elites” que gobiernan nuestras instituciones. Estos mangantes, tenían el arrojo de decirnos que no había café para todos y habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Mientras, ellos disfrutaban de prebendas inmorales en la convicción plena de que el populacho es plebe y como tal se le engaña y listo. Resulta que en este momento de depresión (excluidos brotes verdes que retoñan en Moncloa), con empresas concursadas, desempleo y precariedad, descubrimos que existían tarjetas negras, a fondo perdido,  de las que disfrutaban quien administraba nuestra economía. Y esto ocurre en un momento de elevado endeudamiento y con una clase política rapiñera que incrementa los impuestos para evitar reducir el gasto público.
El ambiente, por lo tanto, está lógicamente muy caldeado, porque noticias como que la alta dirección de Caja Madrid disfrutaba de unas remuneraciones todavía más cuantiosas de las oficialmente conocidas hasta la fecha molesta a muchas personas. ¡No es para menos!
Todo esto refuerza la teoría de que  parte de la crisis que sufre este país ha sido una estafa que nos ha vendido una oligarquía política,  consolidada desde hace años, donde,  en connivencia unos con otros,  incluidos sindicatos, coadyuvaron a repartirse el pastel saqueando al ciudadano. Muchos son los casos de corrupción judicializados, pero en este asunto de las tarjetas la cuestión es más moral que jurídica. Ello porque su uso estaba permitido, salvo que se superara el límite, por lo que no constituye ningún tipo de delito, salvo para los gerifaltes que las crearon, entregaron y ocultaron al fisco las cantidades dispuestas por sus usuarios. Eso sí, unos más que otros, pues alguno, que los hay, aplicó la tarjeta a su destino.  
Pero otros, imbuidos en el carisma de su alta dignidad, evidenciaron una autentica adoración al becerro de oro. Por ejemplo, el sr. Blesa que disponía en 2007 de un sueldo anual de 3,5 millones de euros, la media de su gasto vía tarjetas black era de 54.600 euros, es decir, el 1,5% de su salario. ¡Ahí es nada!. Y tan campante está el hombre, que encima se encuentra muy ofendido por el corto veraneo carcelario que  tuvo que pasar.
Caja Madrid estaba controlada por los partidos políticos y sindicatos para  satisfacer su ánimo de lucro. Y fueron sus propios administradores quienes la hundieron con su latrocinio. Hubo de ser levantada con dinero público, pagado por nosotros,  los ciudadanos. Los que tuvimos que bajarnos el sueldo, los que nos fuimos al paro,  los que no supimos administrar nuestro dinero. Y así, con ese poder absoluto, se pusieron buenas jubilaciones o buenos despidos como cargos que eran de alta dirección, sin que nos haya quedado claro la razón por la que fueron “colocados”, que curriculum tenían, más allá de la ventaja de saber arrimarse al de turno, o quien vigilaba sus actuaciones.
Y además, ninguno sabe porque tenía tarjeta, ni si había firmado algo para tenerla.  Estos “afectados”, encima, nos dicen que iban a los consejos de administración y firmaban lo que les ponían delante sin enterarse de nada. O sea, que eran una pandilla de lerdos, incluido su presidente. Y claro, poner a tipos con una formación poco clara y que no les importa lo que firman cuando se ventilan miles de millones, es tal disparate que nadie se debe extrañar de como  acabó el asunto.  
Lo más chocante de todo, para coronar la historia, es que levanten la voz, ofendidos, los que les colocaron en la silla y les entregaron la tarjeta para sus “gastos de representación”. Y digan que serán implacables, y quitaran a personajes de este cariz de su organización, cuando realmente, cada día, aparece uno que se ha ido de madre, y los del entorno ya conocían sobradamente que no era trigo limpio. ¡Sobran comentarios!
Emma González es abogada

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