Lo menos que puede decirse con certeza en esta hora de búsquedas a ciegas de pactos, tantas veces ‘contra natura’, es que quienes aspiran a representarnos viven en un cierto desconcierto. O en un desconcierto muy cierto. Ya no saben si utilizar, para seguir con las dos Españas y justificando sus poltronas, los conceptos ‘las derechas’ versus ‘las izquierdas’ o hablar de ‘transversalidad’ y ‘geometría variable’ para excusarse ante lo que en realidad es una imparable búsqueda del poder. Nada más frágil que las formaciones políticas españolas. Una fragilidad que viene de la falta de ideas y de auténticos ideales. El interés del partido sigue por encima de los intereses de la nación, y ello se evidencia en la falta de pasión con que les votamos. El Partido Popular de antes de las elecciones vira ligeramente hacia zonas más templadas, no sé si por imperativo de las urnas poco halagüeñas o por sincera caída del caballo de Pablo Casado. En Ciudadanos hay montada una muy gorda acerca de si el partido tiene que ser liberal, conservador o regresar a las viejas playas socialdemócratas, que son las que gustan a Valls y, sospecho, al patrón Macron: de momento, parece que los ‘naranjas’, con el predominio de un político de perfil bajo como el secretario general Villegas, se decantan más bien hacia el pacto a la derecha, con el PP. Pero, como siempre digo cuando de las formaciones políticas españolas se trata, y especialmente Ciudadanos, ya veremos... De Podemos solo puedo decir que los viejos líderes caducos -Ramón Espinar-- afilan sus cuchillos contra los ya viejos líderes a punto de caducar -Iglesias, Montero- y que Iñigo Errejón, ‘el gran disidente’, prepara el lanzamiento para este otoño de un partido que significará la práctica liquidación de los morados, digan lo que digan las ‘cumbres’ de Vistalegre.
Y del PSOE de Sánchez... Bueno, del PSOE de Sánchez solo se puede decir eso: que es el PSOE de Sánchez. No el de Felipe González, ni el de Rubalcaba, ni el de Guerra, ni el de Emiliano García Page (creo), ni el de Guillermo Fernández Vara (creo también), ni el del asturiano Javier Fernández. Ni, en otro plano, el de Susana Díaz. Pero ya hemos dicho muchas veces que el maillot amarillo da alas y, hoy por hoy, los viejos combates en torno a la figura de Sánchez se han atenuado tanto que casi han desaparecido. Y, si hoy tuviesen que repetirse las elecciones, estoy convencido de que el PSOE ‘de’ Sánchez revalidaría su victoria con aún más votos. Entre otras cosas, porque da la impresión -quizá algo falsa- de ‘este’ socialismo es el que tiene las cosas más claras en medio de la barahúnda general, que afecta a casi todos, nacionalistas e ‘indepes’, derechistas por -encima-de-todo e izquierdistas de varia condición. Y digo casi porque hay políticos, como Núñez Feijóo o Iñigo Urkullu, que mantienen su estabilidad porque han sido fieles siempre a lo que han venido diciendo y predicando contra viento y marea. Como el alcalde de Vigo, Abel Caballero, o como ‘Kichi’ en Cádiz, por ejemplo. Ocurre que el desconcierto tangible se extiende a los poderes Legislativo y Judicial: el no haber adecuado la legislación a una realidad muy cambiante hace que los saltos entre lo conveniente y lo establecido en los códigos sean excesivamente llamativo. No hay más que imaginar la magnitud de las deliberación en el Supremo acerca de si debía o no permitirse al preso Jordi Sánchez, el representante de Puigdemont, salir de la cárcel para acudir a la audiencia con el Rey previa a la investidura del ‘otro Sánchez’(Pedro). La pereza de nuestros representantes a la hora de acometer reformas de calado en la legislación nos ha llevado a este -insisto- desconcierto generalizado, que afecta a la principal institución de este país. Un desconcierto que, por cierto, a los primeros que afecta es a los ciudadanos, a usted, a mí, a todos. Un desconcierto cierto, muy cierto. Y que, con certeza, tendrá consecuencias, si nadie lo remedia, que no parece.