Mal comienzo

De Pedro Sánchez no cabía esperar otra cosa. Se ha pasado los dieciocho meses de su mandato al frente del Partido Socialista menospreciando y ninguneando, cuando no insultando, a Mariano Rajoy como para desaprovechar la oportunidad de volver a la carga en este su momento de gloria como candidato que el jefe del Estado propone, aunque en segunda instancia, para la formación del nuevo gobierno. 
Puestos a contabilizar tiempos, en la rueda de prensa del martes por la tarde Sánchez casi dedicó el mismo espacio a desautorizar a Rajoy y sus políticas que a exponer cuáles son sus propósitos en la nuevo escenario que se abre. Pero, como digo, a nadie ha sorprendido que así fuera.
Lo que, sin embargo, ha desconcertado en verdad es la actitud también fuertemente crítica de Albert Rivera reprochando, entre otras cosas, al presidente del Partido Popular su supuesta falta de sentido de Estado por haber declinado la primera oferta real. ¿Qué hubiera pretendido Albert Rivera: que sabedor de su falta de apoyos, Rajoy hubiese aceptado la propuesta inicial de  Felipe VI? ¿Haberla aceptado no hubiese alargado innecesariamente el proceso? 
Rivera habrá de explicar también por qué habla una y otra vez de formación de un gobierno “de transición”, como si el que se apresta a negociar no hubiera de tener una cierta vocación de permanencia. Y por qué ha sugerido que la Mesa de la cámara va a “acotar” el tiempo para la investidura cuando no hay plazo alguno legalmente establecido para iniciar el procedimiento. 
Uno y otro, en definitiva, han echado a andar su pretendida intención de aunar voluntades marcando con sus críticas fuera de tiempo y de lugar a un interlocutor necesario, tanto por activa como por pasiva, para llegar a ese gobierno estable que se proponen. Necesario cuando no imprescindible, como en cuestiones de reforma constitucional, donde con sus mayorías el Partido Popular tiene el poder de bloqueo en las cámaras. Y maltratar así de entrada a un socio cualificado no parece lo más adecuado
Quien tampoco ha estado muy fino es –me parece– el propio jefe del Estado. Primero, por proponer a quien, como Mariano Rajoy, no tenía visos de llevar a buen puerto el encargo que se le ofrecía. Y, en segundo lugar, por haber hecho un poco lo mismo con su segunda propuesta: la de un Pedro Sánchez que se encuentra hoy por hoy en no muy distinta situación. 
Tal vez hubiera sido mejor haberse tomado un tiempo sin proponer a nadie para que Rajoy, Sánchez o un tercero pudieran haberle presentado en su momento la aceptación, pero ya con unos preacuerdos negociados y relativamente cerrados. No sé si con un gobierno tan problemático como el que pueda formar Sánchez, el propio rey no ha dado paso a una segunda investidura fallida.

Mal comienzo

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