La banalidad del candidato político

Seguimos esperando conocer los nombres de los candidatos de los partidos políticos para las elecciones europeas  que se celebrarán el 25 de mayo. Era de aplaudir que en el seno de los partidos hubiese debates y primarias para elegir al mejor candidato. A estas alturas todavía no conocemos más que a uno o dos. Es cierto que del 16 al 21 de abril es el período para la proclamación de las candidaturas, pero, para un puesto tan importante ¿no sería necesario preparar y elegir al más competente con más tiempo?.
Que se mantenga el anonimato del candidato hasta última hora,  hace pensar al votante, que da igual pongan al que pongan. Lo que realmente interesa es lograr y mantener el poder del partido. El candidato será tan solo un testaferro, un “hombre de paja”; o sea, sin libertad para actuar y sólo correo de transmisión de las decisiones de los mandos. Llegados a este extremo, el mejor candidato para el partido será “el más dócil”, el más sumiso, el que menos piense, cuestione y valore las normas y las decisiones; el que luche por el partido, y no por el conjunto de la sociedad a la que pertenece, dentro de un contexto internacional. La teoría que expongo no es nueva , sólo es una explicación sencilla, de los métodos de propaganda para guiar a las masas, tanto en la política como en la publicidad que impulsa el consumo masivo.
Hay un punto importante que deben considerar los candidatos de estos partidos poderosos. Ellos no deciden, pero sí son corresponsables de lo bueno y de lo malo. Así, hemos visto en los últimos años, como los portavoces de los partidos tienen que mentir, tergiversar o utilizar amplias dosis de cinismo para dar explicaciones, que ni ellos creen, y de las que se rie hasta el más burdo de los oyentes.
Antes de terminar quiero explicar el término que he puesto en el título, que ha sido adrede. Banalidad hace referencia al libro de la corresponsal de la revista The New Yorker (muy importante todavía hoy), la filósofa alemana y judía Hannah Arendt, presenció el juicio en Israel del nazi genocida Eichman, además de los artículo en la revista, publicó un libro que fue traducido como La banalidad del mal, en el año 1963. Según Hannah, Eichman no representó ser un hombre malo por naturaleza, asesino por convicción, sino un personaje político, trepador, amigo del poder y leal a los suyos, hasta el extremo de que se sentía más útil al partido cuantos más judíos enviaba al campo de exterminio de Auschwit, “todo lo realizaba con celo y eficacia, y no había en él un sentimiento de “bien” o “mal” en sus actos”. En el juicio se le acusó de crímenes contra la humanidad y de pertenecer a grupo organizado con fines criminales, fue condenado a muerte y ejecutado en 1962.
El pasado mes de noviembre el profesor de la universidad Pompeu Fabra de Barcelona José L. Pérez Triviño publicó en el Huffington Posto “El nazi bueno o la banalidad del mal según H. Arendt”. Dice: “La calificación de Eichmann como representante  banal del mal viene dada por la imagen que éste transmitió de burócrata gris, débil de voluntad, amante del orden, servicial, obediente ciego de las órdenes que provenían de la superioridad. Eichmann era un hombre corriente que entró en la maquinaria nazi y llevó en efecto, actos conducentes al genocidio”. Sigue el profesor, “los primeros estudios psicológicos acerca de la maldad de los nazis llevaron a pensar que existía algo así como una “personalidad autoritaria”, concepto acuñado por Theodor Adorno. Otros psicólogos hablaban de personalidades con tendencias fascistas. En cualquier caso, según estos enfoques, habría individuos caracterizados por varios rasgos recurrentes: 1) una visión del mundo como una selva peligrosa, lleno de seres egoístas; b) una visión jerárquica de la estructura social; c) una alta valoración de signos externos de poder y estatus; d) una valoración negativa de la simpatía y la generosidad (identificadas con inferioridad) y en cambio, una valoración positiva de la fuerza y la crueldad (identificadas con una naturaleza “superior”)”.
Estas apreciaciones tienen cabida actualmente, cuando se gobierna en mayoría, se observan conductas “dictatoriales”.  Esto nos lleva a pensar que un partido político poderoso, actúa más por el bien del partido, por defensa de su ideario (tantas veces malvado), que por el bien público. Esta conclusión nos obliga a defender la “liberación del militante”, que, sin desearlo, actuará sin ética social, sólo porque el partido lo ha captado.  El problema sólo se resuelve si: a) se hace un código ético (con práctica moral) de servicio al ciudadano; 2) se relaja la “obediencia al partido” cuando éste se aleja del código ético; 3) se expulsa y aparta de los cargos a los que no cumplan el código.
Estamos en tiempo de cambios, deseados e impuestos, favorables y perjudiciales. Que los partidos actúen con valentía y asuman LA VERDAD y LA JUSTICIA como pilares de servicio al ciudadano,  a través de sus candidatos elegidos.

La banalidad del candidato político

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