La concienciación sobre los derechos de los animales cada vez gana más adeptos en la sociedad occidental. Quienes se posicionan en contra de la explotación animal han instaurado el debate sobre muchos aspectos que hace no mucho ni se planteaban. Hay asuntos sobre los que no hay polémica. Pocos son los que se atreven a posicionar a favor del maltrato injustificado. Nadie en su sano juicio defenderá que en medio de la calle se pongan a matar a palos a un perro. Sin embargo muchas veces la frontera de lo que es maltrato o no se difumina.
Las corridas de toros, la cría intensiva de pollos o las granjas de explotación lechera son algunos ejemplos de debates actuales. Entre las posturas más extremas de uno y otro bando, siempre hay grados intermedios, justificaciones a veces para hacer una limpieza de conciencia. Pero hay otros ejemplos sobre estas fronteras difusas. Por esta línea nos encontramos con los zoológicos. Surgidos en el siglo XVIII, en plena época colonial, muchos son los que se preguntan si este modelo tiene cabida en la sociedad del siglo XXI. Es cierto que poco o nada tienen que ver los zoos de hoy en día con aquellas colecciones de animales encerrados en jaulas diminutas. Existe una preocupación por ofrecerles unas condiciones adecuadas en la medida de lo posible, recreando sus hábitats y cuidando todos los detalles para el máximo confort de los animales, incluso eliminando los espectáculos que hasta hace poco eran norma común.
Entre los defensores de los zoos los argumentos que más se usan hacen referencia a su trabajo en la conservación de especies en peligro de extinción así como su utilidad pedagógica. Los detractores por su parte cuestionan muy seriamente este supuesto interés y consideran que muchos buscan sólo el espectáculo. Cerrar todos los zoos hoy en día es una cuestión que no se plantea, debido a los problemas que originaría recolocar todos los animales que hoy en día viven en ellos. Pero si que es cierto que el debate sobre el papel que deben cumplir esta cada vez más agitado. Su utilidad como centros de recuperación e investigación debería quedar fuera de toda duda. Pero estos centros tienen también la obligación de hacer ver que siguen teniendo un lugar en nuestra sociedad que acabe dejando fuera de lugar la controversia sobre su existencia.