Desafección y partidos

Una de las causas de la actual desafección que caracteriza la posición de los ciudadanos en relación con la vida política española tiene que ver, y no poco, con la estructura y organización de los partidos. En efecto, jerarquía y verticalidad dominan la escena de la vida partidaria. El que manda o los que mandan imponen sus puntos de vista, muchas veces sin la participación de la militancia, que ordinariamente es “invitada” a compartir decisiones predeterminadas. La elaboración de las listas electorales de cara a los comicios del 20-D lo acredita en todas las formaciones, también, quien lo pensaría, en las emergentes. Los partidos deben regirse por los principios de la democracia, tal como exige nada menos que la Constitución de 1978. Algo, a día de hoy,  como todos sabemos,  todavía lejos de ser una realidad. Un partido político en el que todos piensan lo mismo y lo repiten acríticamente a pies juntillas, sin debate y sin contrastes, refleja una organización autista, incapaz de debatir. Lo que se observa, a uno y otro lado del espectro político, es un ejercicio de sumisión que  contribuye a conformar la política como una actividad de fuerte sabor autoritario, al menos en lo que se refiere a los criterios de acción de los dirigentes de los partidos políticos. 
Una actividad, así considerada,  centrada sobre sí misma, aislada de la realidad social porque lo único importante son las cuestiones del poder. En este contexto no es de extrañar que formaciones que plantean, aunque sea demagógicamente y sin expresión real, nuevas fórmulas y más participación estén haciendo el agosto mientras las estructuras tradicionales, pétreas y en manos de dirigentes autistas, son incapaces de reconocer la realidad. Es verdad que la desafección crece y que la desconfianza hacia los partidos tradicionales se multiplica. El declive de la militancia en los partidos tradicionales es un dato de la realidad. En España según un barómetro del CIS de octubre de 2011 solo un 2.4% decía pertenecer a un partido político. Otro barómetro del centro oficial de sondeos y encuestas de abril de 2012 revelaba que las formas más frecuentes de participación política se refieren a la firma de determinadas peticiones (22%) mientras que la asistencia a una reunión política no supera el 11%.  
En este ambiente, es menester reclamar la vuelta de los partidos al debate de las ideas para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos pues se han convertido en maquinarias para la conquista de honores y privilegios para sus cúpulas. Precisamos partidos que planteen proyectos para la mejora de la sociedad, que fomenten encuentros y reuniones que sirvan para conocer la realidad y como mejorarla y que eviten esa peligrosa despolitización de la base que permite a la tecnoestructura a tomar el control de las organizaciones. A menos democracia interna en los partidos menor preocupación de los dirigentes por la mejora de las condiciones de vida de la población.. 
Por eso, qué importante es que se abran las ventanas de los partidos y entre el aire fresco de la realidad, de la competencia profesional, del compromiso social, de la búsqueda de soluciones reales a los problemas colectivos de la ciudadanía. Mientras estas organizaciones sigan férreamente cerradas en torno a liderazgos personales, la desafección irá en aumento y, consiguientemente, la desconfianza, hoy muy alta en España, hacia el sistema político batirá recórds. Por eso se explica que ciertos movimientos y partidos emergentes, con solo apelar a la participación ciudadana y a la apertura de ventanas tengan las expectativas electorales que tienen. Veremos, sin embargo, que pasa el 20-D.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático 
de Derecho Administrativo. jra@udc.es

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