Porky

Una vez, cuando éramos pequeños tuvimos un cerdo; con el tiempo llegamos a intimar con él, ajenos a que su destino era morir en una matanza y servirnos de comida en la mesa. Le llamábamos Porky, en homenaje al personaje de dibujos animados. Le cantábamos “Porky, Porky nuestro rey”, por encima del portalón al que apenas alcanzábamos. Los cerdos no son animales para intimar, no interactúan como los perros, simplemente nos miraba, el resto lo poníamos nosotros. A su muerte no nos lo pudimos comer. Bailábamos y cantábamos delante de él antes del sacrificio. “Únicamente el ser humano es capaz de bailar” (Benjamín), no conseguimos que Porky bailase nunca. Él era como una televisión olorienta, una televisión empotrada en un establo, como aquellas televisiones primeras que eran muebles, bajitas como nosotros.Porky fue de las primeras contemplaciones antes de que la vida activa nos fuese desgastando. Creíamos en el milagro de  que el cerdo jugase con nosotros. Allí, quizás reflejado en los ojos del cerdo, o porco, recibí mis primeras lecciones de pedagogía del mirar.

Porky

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