uchas veces me pregunto a qué se debe la animadversión existente, y no siempre justificada, en algunos sectores de nuestra sociedad hacia el cristianismo y la Iglesia Católica. Se trata de una antipatía profunda, inducida y fomentada desde determinadas instancias que la promueven con fines nada sanos, a veces inconfesables
¿Quién está detrás de todo esto? Sin duda quienes no soportan que alguien pueda llevarles la contraria y se atreva a decir lo que consideran políticamente incorrecto, aunque sea cierto. Así ha ocurrido siempre con los enemigos de la realidad y últimamente con algunos planteamientos de la llamada ideología de género.
Cuanto de lejos llegue esa malquerencia hacia el cristianismo y la Iglesia es un problema circunstancial, pero la raíz siempre ha sido la misma: si las cosas no son como yo quiero hay que cambiarlas para que lleguen a serlo. En definitiva, intentar hacer normal lo anormal, y no tolerar que nadie diga lo contrario.
No estar dispuesto a que se pongan en evidencia comportamientos y situaciones claramente antinaturales. No es xenofobia llamar a las cosas por su nombre o no mostrar simpatía hacia lo que se sale de lo lógico y natural.
El auténtico xenófobo es el que fomenta ideologías y costumbres que, en prácticamente en todas las civilizaciones y durante muchas generaciones, se han considerado como anormales. Al igual que ocurre con la violencia, la inmoralidad y la falta de pudor, las prácticas antinaturales, son una opción, pero no recomendable. Quien las practica y las fomenta no tiene derecho a imponerlas como algo positivo y valioso a los demás.
Quienes tratamos en la medida de nuestras fuerzas de mantenernos dentro de lo que consideramos digno y sano, no tenemos por qué ser objeto de su hostilidad. Tampoco la practicamos, pues no resulta nada envidiable tener que distorsionar la realidad para salirnos con la nuestra, no lo necesitamos.
Supongo que el mero hecho de escribir estas líneas ya habrá suscitado el odio irrefrenable de los intolerantes. Siento que nuestra sociedad derive hacia esas actitudes agresivas, precisamente hacia quienes simplemente nos preocupamos por comportarnos según la ley natural, los principios y valores que la propia naturaleza impone. Todos tenemos dificultades y nuestros comportamientos no corresponde siempre a lo que se espera de un ser racional y libre, pero por eso mismo no tenemos derecho a fomentar el menosprecio hacia quienes se esfuerzan por ser consecuentes con lo que, en lo más profundo de la conciencia humana, se muestra como bueno y natural. Tampoco necesitamos un día señalado ni montar ningún numerito, más o menos carnavalesco, para celebrar nuestra condición.