EL vestuario del Deportivo pareció en los días previos al choque contra el Girona una iglesia en la que todos los fieles repetían la misma letanía: “El partido tiene que ser el trampolín para dar el salto a una zona cómoda”. Pero o el trampolín se rompió o en la piscina no había agua, porque el equipo en vez de dar un chimpo hacia el confort furó su suelo. Eso sí, quedó claro que entre el entrenador y los jugadores existe una perfecta comunión, ya que unos y otro lo hicieron rematadamente mal. La única conclusión positiva que se puede sacar del encuentro es que Gil Manzano tiene conciencia, porque primero pitó un penalti a favor de los catalanes que no era y después, para compensar, señaló otro a favor de los coruñeses que tampoco era. Por cierto, qué pena que cuando decidió ser árbitro a nadie se le ocurriese decirle que hay otras maneras de disfrutar de las tardes de los domingos –y también ahora de las noches de los lunes–, porque mira que es malo el tío. FOTO: mel cierra los ojos para no ver lo que pasa en el campo; lógico | patricia g. fraga