La reconfortante venganza

Tiene menos porvenir que Antonio Hernando con el PSOE de Pedro Sánchez. La frase la escuché salida de un grupo de personas que tomaban una cerveza en un sitio no lujoso, pero tampoco populachero. Antonio Hernando ya presentó la dimisión, porque obligarse a llevar a cabo otra torsión, como la que hizo cuando echaron a Pedro Sánchez y se puso a las órdenes de la gestora, no podía volver a repetirla, aunque se apellidara Fouché en lugar de Hernando.
La venganza tiene escasos partidarios públicos, pero son pocas las personas que, en privado, dejan de ejercerla cuando pueden. “Cuando pueden”, porque la venganza solo se puede ejercer desde el poder. De momento, los que ayer decía que Sánchez era un cadáver o un vivo que cambiaba de opinión, o un peligro para el socialismo español ya se han apresurado a mostrar su disposición de colaborar, mientras los más renuentes hablan de unidad, que es como la recomendación del cojo cuando salió el toro: “No corráis, que es peor”. ¿Cuántos de los caciques socialistas repetirán como secretarios regionales o serán candidatos a la presidencia de gobiernos autonómicos? ¿La mitad? ¿El diez por ciento? ¿Ninguno?
Pedro Sánchez tiene tiempo para llevar a cabo su reconversión interna. Desde luego, de puertas afuera todo el mundo hablará de unidad, del ejemplo de democracia interna y otros platos preparados para consumo de las relaciones públicas, pero en cuanto se cierren las puertas los viejos cuchillos que estaban tiritando bajo el polvo saldrán a relucir. Lo más refinado en la venganza es aplazar su ejecución, amagar y no dar, simular que se reflexiona, esos gestos que desconciertan y el interesado nunca sabe si serán para bien o para mal. Y que no espere ayuda. El fracaso es huérfano. Eso lo sabe muy bien Pedro Sánchez, cuando hace unos días le creyeron muerto. Y no hay nada que reconforte más que la venganza.

La reconfortante venganza

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