No solo es cuestión del dique

Las conclusiones de la Comisión Europea sobre la financiación del dique flotante para el área de reparaciones de Navantia en Ferrol no dejan lugar a dudas de las restricciones que penden sobre el conjunto de la industria española y no únicamente sobre el sector naval. Motivados por tan solaz cuestión como es esa de lo “políticamente correcto”, el conjunto de la sociedad ferrolana halló en esta demanda un nexo común para reivindicar una salida a la abrumadoramente deficitaria situación de las factorías locales. Quien no se subió en su momento a este carro, lo hizo más tarde, más por cuestiones de cohesión, y en muchos casos de oportunismo, que por sentido común. Ni el dique flotante constituye por sí solo una solución ante el limitado estado de la carga de trabajo, ni mucho menos la que ha llegado contribuye, pese a sobrepasar ampliamente la inversión prevista para aquél, a despejar el futuro de los astilleros. Si casi un 70 por ciento de la facturación del grupo público en Ferrol depende del área de Carenas es precisamente por la caída en nuevas construcciones, que tanto ha de medirse bajo parámetros económicos como también de ocupación, como bien sabemos en esta comarca, en la que solo en Ferrol se registran porcentajes de desocupación del 29 por ciento, según los últimos datos oficiales. Cierto es que el dique hubiese contribuido a aliviar estas tasas, pero lo que Navantia necesita con premura es la recuperación de un mercado militar coincidente con sus capacidades y su probada experiencia y fiabilidad.
Los argumentos políticos rozan en algunos casos el esperpento si se tiene en cuenta la anterior apreciación. La salida a la crisis depende en cualquier caso no solo de la progresión de la cartera de negocio en el exterior, en donde Navantia  y el Gobierno central resumen sus principales expectativas, sino, como siempre, de una decisión política que establezca prioridades acordes con las de Defensa y dote al astillero ferrolano de la obligada ocupación con proyectos del todo necesarios, como el de la construcción de un segundo LHD o el desarrollo de las nuevas fragatas de las serie F-110. En el instituto armado, pese a la tradicional cautela de la que hace gala en todo pronunciamiento, es un secreto a voces que la renovación y la ampliación de la flota es cuestión perentoria. Argumento aparte es el económico, pero un astillero como el de Ferrol está solo llamado a construir buques de guerra, en la misma proporción que el futuro de Fene no puede depender ya del voluble mercado civil ante la dura competencia asiática. Estos son hechos, no especulaciones. Los planes de empresa se abordan bajo la necesaria constatación de la consolidación de la actividad, no sobre la perspectiva de lograrla ni de barajar meras posibilidades. Solo de este modo se puede garantizar un futuro que aleje, con la necesaria prolongación, la obsoleta máxima de las vacas gordas y flacas, de la que tanto se sabe por estas tierras.

No solo es cuestión del dique

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