Tiempos y creencias

ntre las muchas formas de medir el tiempo, algunos fenómenos astronómicos siguen siendo fundamentales: días, meses y años no dejan de marcar el ritmo de nuestra vida. También el ciclo de las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno; bien es verdad que últimamente andamos un poco desconcertados, en algunos momentos dudamos si estaremos en una primavera adelantada o en un invierno atrasado. Los grandes cambios climáticos, glaciaciones o recalentamientos globales, me superan, así que me abstengo de opinar. Confieso mi ignorancia al respecto, no sé si estaremos en uno de esos cambios y mucho menos cuales son las causas que lo estarían provocando. De lo que no cabe duda es que, desde hace algún tiempo, la naturaleza está recibiendo un duro castigo, como consecuencia, entre otras cosas, de la contaminación provocada por las sociedades industrializadas. El balance entre lo que se consigue y lo que se pierde no siempre es positivo. A lo mejor es que vivimos demasiado a corto plazo, ya no solo es que no pensemos en las generaciones venideras, que a bastantes les traerán sin cuidado, es que tenemos mentalidad de paso y queremos disfrutar de lo que podamos, sin pensar mucho en las consecuencias. No debería ser así, el ritmo de la vida humana no puede tener solamente referencias de tejas abajo, como si todo se acabara en apurar del tiempo de que disponemos. En la Antigüedad eran muy aficionados a los ciclos, compendios de períodos de tiempo con un punto de partida y otro de llegada, como si la realidad estuviera sujeta a un continuo retorno. Un ejemplo es el de las Olimpiadas, que se celebraban cada cuatro años en la Grecia Clásica y se convirtieron en una referencia temporal de particular importancia. Los romanos, siempre más pragmáticos, instauraron el ciclo de la Indicción, períodos fiscales de varios años.  La tradición bíblica y el cristianismo trajeron una visión más lineal y menos cíclica del tiempo y de la historia. Según esa tradición todo tuvo un principio, en el momento de la Creación, y tendrá un final más allá del tiempo. La Humanidad no es la sucesión de vidas efímeras al modo vegetativo: nacer, crecer, reproducirse y morir; tampoco el mundo es el mero escenario donde se producen esas vidas efímeras.  El calendario litúrgico, que durante tantos siglos rigió la vida de nuestros mayores, continúa en buena medida hoy vigente. Se trata de un recuerdo cíclico de los acontecimientos fundamentales de la salvación humana. La Semana Santa y el Domingo de Resurrección no significan otra cosa, sino el recuerdo de que la vida en la Tierra, aunque transitoria, puede tener un sentido profundo, que nos ayude a ver las cosas desde una perspectiva sobrenatural.

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