Hay un argumento que estos días suelen repetir los secesionistas, y no es mal argumento. Aducen que, además de cumplir la ley, en Cataluña existen casi dos millones de personas que tienen la ilusión de ser independientes, y que el resto de los españoles deberíamos hacer algo para convencerlos de que estar dentro de España es la mejor idea posible. Tienen razón. Pero no es menos cierto lo contrario: hay más de dos millones de personas que viven en Cataluña y no quieren la secesión
¿Qué han hecho los nacionalistas para atraerlos a su bando? ¿Qué razones les han dado o qué muestras de afecto han exhibido o les han mostrado? Tampoco es mal argumento. De la misma calidad que el contrario. Y con una diferencia. Una diferencia enorme, y es que los secesionistas discriminan y persiguen a los que no lo son, y los consideran enemigos de su causa. Entre el funcionariado –y funcionarios son también los mossos d’esquadra y los profesores escolares y los catedráticos– se promociona, se premia, se asciende y se mima al secesionista o, al menos, al que no le hace ascos al independentismo. Por contra, al tibio, al poco entusiasta, y ya no digamos al “españolista”, se le relega sin ningún disimulo.
Unas semanas antes de la gran orgía desestabilizadora, que tuvo su preludio en el no referéndum, toda España se estremeció ante el atentado de Las Ramblas, y mostró su solidaridad y su amor por la ciudad de Barcelona y por Cataluña en general. Y allí acudió rey de España, y allí le prepararon un ninguneo protocolario, que sería impensable en cualquier país de la Unión Europea con un jefe de Estado. Por si faltaba algo, le endilgaron unos maceros provistos de pancartas. Solo faltó que delante de Felipe VI hubiera desfilado alguien de la CUP con un cartel donde hubiera podido leerse “¡Abajo el Rey! ¡Viva la República de Cataluña!”.
Pues eso, a ver si tienen algunos detalles con los españoles que viven allí, y con los que no vivimos allí. Ánimo, a lo mejor no sienten ganas de vomitar.