Las Coruñas idas

Nobleza obliga porque la amistad influye como un niño juguetón en nuestras interrelaciones con los demás. Añadamos a ello la costumbre inveterada por los usos sociales. Un médico tiene que visitar al enfermo de una familia sin cobrarle. Igual sucede con abogados y otras profesiones liberales obligados a prestaciones de servicios mientras los oficios cobran por reparaciones hechas… Sin embargo, si colaboras en un medio de comunicación mediático olvídate de la soldada. Incluso a veces la pagarás tú y todavía darás gracias por habértelo pedido… Por eso insisto en la comparecencia hoy, jueves, a las siete de la tarde, en la cafetería de El Corte Inglés de José Manuel Liaño Flórez, Emilio Quesada Zato y un servidor de ustedes, Juan Antonio, para hablar de “La Coruña de ayer”.
Como en la canción sudamericana en mi viejo San Juan los oradores –¡Dios mío, qué término más académico!– hablarán de La Coruña, las suyas. Con reminiscencias del Serrat mediterráneo porfiando la playa del Orzán. O del bosque de eucaliptus existentes en los primeros chalés de Ciudad Jardín que la plaza de Portugal y el campo de Riazor se llevaron por delante. El esplendor del primer amor en la hierba, la magdalena de Proust al mojarla en una taza de té o las hogueras donde asábamos patatas robadas en las huertas vecinas mientras las llamas devolvían nuestras caras sudorosas por la ansiedad. También el recuerdo de la primera novela leída, Julio Verne, y del teatro ambulante instalado en la feria del puerto por la compañía Enguédanos y las mil truculencias servidas.
Volver sobre la saudade herculina a través de la retranca que lava nuestras calles con pasajes y óleos clavados en le museo del alma. Redoble de cantigas del siglo XII lanzadas desde Compostela a la poetisa desmitificadora del espíritu gallego, Rosalía de Castro, que vivió en esta ciudad eterna de mares de esquina.

Las Coruñas idas

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