No hace falta investigar mucho para averiguar qué clase de chusma es la que se ha dedicado estos días, estas noches, a incendiar contenedores, destrozar el mobiliario urbano, reventar escaparates, saquear comercios y agredir a transeúntes y policías, ni tampoco para calibrar con exactitud la mísera condición moral de quienes la componen, pero a lo mejor sí conviene dilucidar la mejor y más pronta manera de sentarles la mano, a fin de que la ciudadanía, que a resultas de la pandemia lo está pasando muy mal, no lo pase peor con esas bandas delinquiendo cotidianamente por las calles y creando una atmósfera más cargada y mefítica de lo que ya lo está.
Independientemente de la adscripción de las tribus y de los sujetos que componen esas turbas que, atizadas por la ultraderecha, siembran el caos en nuestras ciudades y en las de toda Europa, y de las lecturas sociológicas que se quieran hacer de su irrupción coordinada y de su comportamiento, lo cierto es que ni en las actuales circunstancias, ni en ningunas otras, puede permitirse esa flagrante ejecución callejera de unos delitos (incendio, estragos, vandalismo, lesiones, atentados contra la autoridad, quebrantamiento del toque de queda, saqueos...) que tan gravemente percuten contra la salud, la vida, la libertad y la seguridad de las personas.
En esas bandas hay, al parecer, de todo, menos un gramo de materia gris: negacionistas, terraplanistas, fascistas, antisistemas, sociópatas, pandilleros, ultras en paro de los equipos de fútbol y entusiastas de la violencia gratuita y fácil que se apuntan a lo que sea, pero por esa especificidad del fenómeno, la del delito, no se puede olvidar al hampa, a ese submundo de aluniceros, atracadores, butroneros, proxenetas, sirleros y merodeadores que tan malamente lleva, por razones obvias, lo de los toques de queda y los confinamientos. En Bilbao, de seis detenidos en una de las noches de disturbios, los seis tenían antecedentes penales. Pero aunque fueran ángeles del cielo los encapuchados que incendian las noches y les meten la banda sonora de los cristales rotos y las explosiones, la necesidad urgente de sentarles la mano bien sentada sería la misma. Porque, encima, profanan insoportablemente la palabra “libertad”.