Lo de Cataluña va para largo

Cataluña es probablemente el asunto del que más se ha hablado en España en mucho tiempo. A la par o incluso por encima de temas como el fútbol, el tiempo, el famoseo, la crisis económica o el paro. Sin embargo, no está tan claro que sea un tema bien divulgado, sobre todo fuera de Cataluña. No hay un relato común, tampoco un diagnóstico compartido. Hay mucha visceralidad, bastante cabreo e incluso cierto hartazgo. Pero no por ello se deja de hablar de Cataluña. ¿Se tratará de una sensación de amor/odio? ¿De mero interés? ¿O el leitmotiv de la conllevanza hacia Cataluña, en una interpretación la idea orteguiana? No es fácil saberlo, señal de que la cosa se las trae. Sí parece haber más consenso en el mundo económico y en el deportivo. Cataluña es el motor industrial de España. Aporta casi el 20% del PIB español. Barcelona, su capital, es la segunda gran ciudad de España, para algunos la más moderna y parisina. La primera entidad financiera doméstica es catalana, Caixabank. Importantes empresas energéticas españolas están en manos de catalanes, aunque ahora tengan -¿provisionalmente?- su sede en Madrid. El Barça es el Barça... En definitiva, Cataluña es una parte esencial de España, porque una España sin Cataluña se parecería -económicamente- más a Portugal que a Francia.
Si el análisis se hiciera a la inversa, ya se ha visto que Cataluña sin España no sería la misma Cataluña, empezando por su descapitalización empresarial. Tampoco tendría sentido una Cataluña fuera de la UE ni una Cataluña que pagase aranceles para vender en el resto de España. ¿Qué pasa entonces para que la mitad de Cataluña y la mayoría del resto de España no se entiendan? ¿Por qué unos dos millones de catalanes quieren irse, a sabiendas de que se empobrecerán a corto plazo? ¿Por qué en el resto de España se critica tanto a esos catalanes cuando son imprescindibles para que España sea un país viable? Da la impresión de que ha fallado la política y tal vez no solo eso: puede haber fallado la propia sociedad. Y un problema así exige muchos años para resolverlo, si es que se puede resolver, más allá de conllevar. Las elecciones del 21-D ayudarán a entender mejor cómo piensan los catalanes pero seguramente no resolverán el conflicto. Aquí no caben las simplificaciones. No basta con solemnizar lo obvio. Hace falta determinación política, sin jueces ni fiscales, solo con políticos demócratas, capaces de gestionar el problema y de hacer pedagogía entre sus votantes. Y para que se llegue a ese punto falta mucho: de entrada, que se agote la vía judicial y policial para que dentro de la normalidad democrática se pueda al menos hablar sin reproches. Probablemente estamos ante un reto histórico para una nueva generación, para otros líderes diferentes. El 21-D será importante, claro que sí, pero ni siquiera está claro que marque un punto de inflexión.

Lo de Cataluña va para largo

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