Una vida de película

engo una amiga que es una romántica empedernida y se traga todas las películas de amor que hay en la historia del cine. Debo admitir que yo también, porque una tiene su corazoncito, pero no con la misma intensidad y visión que tiene ella.  El otro día se vio una en la que relataban los derroteros que sufría una pareja de adolescentes, enamoradísimos hasta el tuétano por supuesto, que tras chorropotocientos años sin verse, ya de adultos se reencontraban y el amor les brotaba por todos los poros de su piel. Hombre, que un señor tenga que sufrir un grave accidente laboral en una plataforma petrolífera y que a la vez el anciano que en su día lo acogió en casa para salvarlo de la prole de delincuentes que tenia por familia fallezca es, cuando menos, inverosímil. Que a su vez la muchacha vinculada a esta historia tenga un hijo fruto de un matrimonio ya un tanto tocado del ala complica aún más las cosas. Pero hay que tragar y sumergirse en la historia porque si no, como decía un novio mío, esto es más ciencia ficción que Star Wars. Y ojo que aquello de “Luke, yo soy tu padre” también presagiaba un drama familiar en toda regla, entremezclado además con espadas láser y naves especiales. Un cuadro todo.
Pero volvamos a las grandes historias de amor y a esa responsabilidad que tiene Disney sobre mis altas expectativas frente a los hombres. Y ojo que yo siempre me he sentido muy identificada con Bella, leyendo libros como forma de vida y pasando de Gastón, que por muy guapo que fuese, también era tonto de remate. 
En la mayor parte de las películas románticas pasan cosas extrañísimas, como que nunca olvides al primer amor de tus quince años, que el señor con el que piensas pasar tu vida se muera en una explosión interplanetaria o que tu dedicación diaria sea leerle la novela de vuestra historia de amor a tu señora con Alzheimer. Nunca tal cosa vi, de verdad. 
La mayor parte de los matrimonios que conviven en esta tierra se medio soportan o incluso directamente se separan, pero no forjan historias épicas sobre lo bonito que es quererse pase lo que pase. 
Pero lo más curioso es que, sumergidos en nuestras vidas anodinas y grises, soñamos con esos amores de película pero pasamos del que tenemos al lado. Anhelamos romances idílicos y complicadísimos pero a ese con el que desayunamos, ni muérete le decimos.
Dejemos de soñar con Ben Affleck y Josh Harnett en Pearl Harbor y dediquémosle algo de cariño a quien nos acompaña en el día a día. Digo yo... 

Una vida de película

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