Tasa de reposición

En la actual universidad pública, un Catedrático de cierta edad antes que un profesor más o menos valorado es una tasa se reposición. Después de cuarenta años y de haber “democratizado” la universidad, hemos pasado de la Cátedra vitalicia al docente prescindible. O sea, nos hemos quedado con el puesto fijo de profesor, catedrático o titular, relativamente bien remunerado, pero le hemos quitado la verdadera categoría de docente universitario. Por mucho que se diga no se cultiva la excelencia, más bien la mediocridad. En realidad, da igual que uno sea buen o mal docente, buen o mal investigador, lo importante es que haga una especie de currículo, en el que no han de faltar méritos muy banales y discutiblespara poder “acreditarse”. Una vez acreditado ha de esperar a que su universidad le saque una plaza, de la categoría que le corresponda, para lo cual normalmente hace falta que haya presupuesto o vacantes.
En estos tiempos lo del presupuesto está prácticamente congelado, con lo que la única esperanza es la vacante, eso sí la que no sea amortizable. Cuando un profesor causa baja, su puesto de trabajo puede salir a concurso público o no. Últimamente las universidades, dentro de los ajustes presupuestarios, han optado por crear lo que se llama tasa de reposición: por un determinado número de vacantes solamente se reponen, se vuelven a convocar, una parte, en una proporción normalmente reducida; incluso de 10 a 2 o 3. Así que, medio en broma, a los que nos queda menos de un lustro para jubilarnos, los compañeros nos “llaman tasa de reposición”.
A mí personalmente no me importa, después de más de cuarenta años en la universidad estoy dispuesto a dejar paso a otros. Lo que ocurre es que soy de los que creo que un profesor universitario ha de ser valorado siempre por sí mismo,  por su valía, hasta el final de su carrera. Si en un sitio hay un buen catedrático de física, por poner un ejemplo, y su jubilación y la de otros nueve más de otras materias, facilita la promoción de tan solo un titular, pongamos que de metafísica, por ser el más antiguo de los que andan esperando, es que hemos llegado al reparto de la miseria. Que no nos hablen de calidad y de excelencia, sino de planteamiento cutre y miras pequeñas.
La verdadera calidad y excelencia sería premiar a quien trabaja y no tolerar a quien se aprovecha de un puesto de trabajo privilegiado, en el que uno es en buena medida dueño de su propio horario, lo que le permite incluso esperar una promoción sin esforzarse demasiado, bajo el amparo de la acumulación de méritos más que dudosos. Con esto lo que se consigue es todo lo contrario de lo que se pretende, la mediocridad y el cansancio.En la actual universidad pública, un Catedrático de cierta edad antes que un profesor más o menos valorado es una tasa se reposición. Después de cuarenta años y de haber “democratizado” la universidad, hemos pasado de la Cátedra vitalicia al docente prescindible. O sea, nos hemos quedado con el puesto fijo de profesor, catedrático o titular, relativamente bien remunerado, pero le hemos quitado la verdadera categoría de docente universitario. Por mucho que se diga no se cultiva la excelencia, más bien la mediocridad. En realidad, da igual que uno sea buen o mal docente, buen o mal investigador, lo importante es que haga una especie de currículo, en el que no han de faltar méritos muy banales y discutiblespara poder “acreditarse”. Una vez acreditado ha de esperar a que su universidad le saque una plaza, de la categoría que le corresponda, para lo cual normalmente hace falta que haya presupuesto o vacantes.
En estos tiempos lo del presupuesto está prácticamente congelado, con lo que la única esperanza es la vacante, eso sí la que no sea amortizable. Cuando un profesor causa baja, su puesto de trabajo puede salir a concurso público o no. Últimamente las universidades, dentro de los ajustes presupuestarios, han optado por crear lo que se llama tasa de reposición: por un determinado número de vacantes solamente se reponen, se vuelven a convocar, una parte, en una proporción normalmente reducida; incluso de 10 a 2 o 3. Así que, medio en broma, a los que nos queda menos de un lustro para jubilarnos, los compañeros nos “llaman tasa de reposición”.
A mí personalmente no me importa, después de más de cuarenta años en la universidad estoy dispuesto a dejar paso a otros. Lo que ocurre es que soy de los que creo que un profesor universitario ha de ser valorado siempre por sí mismo,  por su valía, hasta el final de su carrera. Si en un sitio hay un buen catedrático de física, por poner un ejemplo, y su jubilación y la de otros nueve más de otras materias, facilita la promoción de tan solo un titular, pongamos que de metafísica, por ser el más antiguo de los que andan esperando, es que hemos llegado al reparto de la miseria. Que no nos hablen de calidad y de excelencia, sino de planteamiento cutre y miras pequeñas.
La verdadera calidad y excelencia sería premiar a quien trabaja y no tolerar a quien se aprovecha de un puesto de trabajo privilegiado, en el que uno es en buena medida dueño de su propio horario, lo que le permite incluso esperar una promoción sin esforzarse demasiado, bajo el amparo de la acumulación de méritos más que dudosos. Con esto lo que se consigue es todo lo contrario de lo que se pretende, la mediocridad y el cansancio.

Tasa de reposición

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