Con el Covid 19 pasa como con el fútbol, todos llevamos un entrenador dentro que nos permite opinar libremente con supuesto conocimiento de causa, sobre todo los lunes tras haberse jugado los partidos. Declarada esta cuestión previa, daré mi opinión sobre la gestión de la pandemia en España aún a riesgo de acertar. Estoy convencido de que nadie sabe nada, ni científicos, ni técnicos ni mucho menos políticos. Y diré en su descargo que no tienen por qué saber pues se trata de un virus nuevo que no tiene antecedentes. El problema surge cuando todos pretenden aparentar que saben y proponen medidas, con la mejor de las intenciones sin duda, pero sobre las que no cabe suponer rigor científico, no están testadas y se hacen al calor de la necesidad de trasladar a la población una falsa sensación de seguridad. Veamos, en un principio, el máximo responsable de alertas sanitarias llegó a decir que en España no había problema que podría haber tres o cuatro casos importados y nada más. Hoy podemos decir que no acertó en su predicción. También advirtió de que el uso de mascarillas generalizado no era necesario y en esto no sé si se equivocó o faltó a la verdad actuando más como político que como técnico en base a la carencia de unidades de mascarillas suficientes para toda la población. También se nos dijo que con el calor del verano el virus se desvanecería y que el problema podría volver en octubre mezclado con la gripe común pero que para entonces ya estaríamos mejor preparados, otra predicción fallida. Todas juntas han mermado la credibilidad de los responsables sanitarios desde la OMS hasta los técnicos del estado. La gente del común ya no nos creemos nada. A partir de aquí y con cerca de 50.000 muertos el gobierno central se lava las manos y traslada a las comunidades autónomas la responsabilidad de la gestión de la pandemia, pasamos de la letanía diaria del sr. Simón, a diecisiete letanías, una por comunidad que no necesariamente coinciden en sus medidas y así, en según qué sitio se puede ir con mascarilla o sin ella, se puede ir a las “barras” o se puede fumar o no. Este desbarajuste nos complica más la vida porque no sabemos a qué atenernos. Lo cierto es que la única medida que funcionó fue el confinamiento que evitando la libre circulación de las personas evitó también los contagios. Fue una medida dura, sanitariamente rentable y económicamente catastrófica. Después y con la mejor de las intenciones aparecieron medidas inocuas que no sabemos si valen para algo o no. Utilizar mascarillas puede ser un poco incómodo, pero no supone daños colaterales graves, mantener la distancia social tampoco es demasiado complicado, aunque deben de aclararse, un estudio de unos científicos en Miami dice que la distancia necesaria es de cinco metros y no de dos y prohibir fumar en lugares públicos es bueno siempre, aunque a los fumadores nos suponga un incordio. Ahora asistimos a las vacunas “express” en una alocada competición por ganar un negocio millonario sin las cautelas precisas que garanticen la bondad del medicamento. Lo han intentado todo salvo una cosa, decir la verdad: no sabemos nada, no podemos confinar “sine die” porque matamos la economía y con ella a más personas, vamos a convivir con el riesgo del contagio hasta que aparezca vacuna eficaz, la prevención, si es posible, depende de nuestras conductas privadas e individuales y lo demás es literatura. La verdad es, a mi juicio, nuestra mejor medicina. ¡Suerte!