Bárcenas

Allá por el mes de noviembre, el Juzgado de lo Penal número 5 de A Coruña dictó una sentencia que condenaba a un joven de 19 años a seis meses de cárcel –el fiscal pedía año y medio– por intentar robar tres pollos valorados en 15 euros. El joven condenado fue sorprendido por la propietaria del gallinero y se dio a la fuga sin conseguir el botín y sin que los animales sufrieran daño alguno.

Recupero la condena “ejemplar” a este muchacho, que seguramente tenía hambre y buscaba un pollo para comer, para compararla con el trato que reciben otros mangantes –también llamados estafadores y ladrones– que aparecen dentro de los partidos o en los aledaños de la política como imputados o presuntos delincuentes, sin que la justicia actúe con tanta diligencia y rigor sobre ellos. A veces, cuando llegan al juzgado, buscan el acuerdo disfrazado de sentencia de conformidad, como acaba de ocurrir en el caso Pallerols.

La lista de mangantes es grande, demasiado grande para esta sociedad sometida a una rigurosa dieta de austeridad y empobrecimiento, que ve cómo le están robando. Cada día descubrimos personajes que, sin que se les conozca la propiedad de empresas productivas o un oficio retribuido con salario excepcional, amasan fortunas inmensas, que después llevan a paraísos fiscales y defraudan a los contribuyentes españoles que han de suplir ese fraude fiscal pagando más impuestos.

El último ejemplo es el del ex tesorero del PP, que ocultó 22 millones en una cuenta en Suiza y, supuestamente, repartía “gratificaciones” que no tributaron a Hacienda entre distintos cargos de ese partido. Este episodio está haciendo un daño irreparable a la confianza ciudadana y a la imagen exterior de España, atenta contra la estabilidad del Gobierno, conmociona los cimientos del propio Partido Popular y deteriora más aún la imagen de la clase política.

Por eso, el caso Bárcenas –y muchos otros que están en la mente de todos– debe ser esclarecido hasta depurar todas las responsabilidades políticas y económicas, sin excusas y sin mirar para la acera de enfrente apelando al “y tú más”. Después, que actúe la justicia con la misma contundencia que demostró con el muchacho que iba a robar al gallinero.

Nada hay más corrosivo para la democracia que la impunidad con la que se mueven los corruptos. Casi siempre con la tolerancia o el silencio de los políticos honestos que, muchas veces, parece un silencio cómplice.

Bárcenas

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