Yo Feuerbach

en el Rosalía, ciclo principal, la coproducción catalana Velvet Events e Buxman, representó dos días con llenos totales la obra del alemán Tankred Dorat “Yo, Feuerbach”. Soledad de un hombre que pretende ser protagonista. Un esperando a Godot de Samuel Beckett, aquí en clave alegórica de la vida humana, encarnada por un viejo y famoso actor que acude a entrevistarse con un empresario teatral.
Buena la dirección de Antonio Simón, valiéndose de escueta escenografía –telones negros, entrada lateral, mesa y dos butacas con flexo–, apropiado vestuario, muy buena iluminación, sonido y voz en off. Sin olvidar a Venecia y la mujer amada.
Cinismo, humor, poesía y ternura pasean juntos por el escenario al que accede un “ayudante” por el patio de butacas. Crisis de valores sociales y personales.
Ningún hombre puede desligarse de sí mismo ni saltar fuera de su sombra. Taso introductor de un cómico que declama sus textos.
Estudio de situaciones para vestirse a diario. Todo según la lupa que nos observa: director, público, productor, crítica. Sin olvidar interrelaciones propias: familia, amor, éxitos, fracasos, desesperanzas. Esas “segundas” oportunidades que buscamos insistentes en un terreno conflictivo donde hay más bofetadas que parabienes.
Cañonazos de luz que bucean el escenario o buscan el deslumbramiento de una paradójica oscuridad. Sugerencias de adecuar la vida a la naturaleza del sujeto. Aceptar el logos. No pretextuar “Estoy ocupado” para no atender a los otros.
El argumento compara denso monólogo servido por un gran actor. Mucho histrionismo y abundante ironía. Chaleco con reloj de bolsillo y cadena que será roto al final. Pedro Casablanc imparte lección académica. Posee calidez, complicidad, seducción.
Le acompaña un correcto Samuel Viyuela González a manera de pared de frontón donde el protagonista golpea sus palabras. Pocos peros al espectáculo… A la función le sobran quince minutos...

Yo Feuerbach

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