Ya sin disimulo suenan tambores de guerra en el Vaticano y parece que va en serio; ya son públicos los desencuentros entre parte de la Curia y el Papa. La orden de Francisco al Cardenal Muller de despedir a tres colaboradores anuncia que las hostilidades no se disimulan. A esperar toca.
Sobre ello hablaba estos días con amigos y surgió la eterna pregunta de por qué la Iglesia llegó a la crisis que sufre. Vamos, la cuadratura del círculo. En lo que coincidíamos todos es que el Concilio Vaticano II es el inicio de todo y a él, los más conservadores le achacan la culpa de romper la unidad de la Iglesia, dando entrada a cierto liberalismo, o progresismo, (que siendo ambos conceptos tan distintos hay quienes no distinguen, o no quieren distinguir y sí confundir) como si los dos conceptos fuesen una desgracia. Frente a estos, los que defienden que el Vaticano II es la oportunidad de hacer a la Iglesia más cercana. Hay que reconocer que en España las conclusiones del Concilio cuajaron de manera distinta a otros países ya que no hay que perder de vista en qué momento del Nacional-Catolicismo vivíamos y era normal que se aceptara menos, que no ocurrió así entre una mayoría de sacerdotes, siendo la Iglesia de Ferrol un claro ejemplo de ello. Y creo que tal herencia continúa.
Ambos bandos siguen tirándose los trastos, aunque ya sin rubor. Francisco ha roto el equilibrio postconciliar y ha hecho bien. Para mí la principal causa de la crisis actual de la Iglesia es la falsa convivencia de las dos posturas que ha creado inseguridad, provocando dudas en ciertas cuestiones importantes, que no teológicas. En unas parroquias se tratan cuestiones de una manera y en la de al lado, al contrario, es decir, inseguridad. El caso es que en vez de evangelizar, comercializamos. Ciertos Obispos no entienden que son servidores y nunca infalibles. No entiende que las personas hemos evolucionado; el conocimiento y la cultura es mayor y las formas cambian, pero ellos se resisten a entenderlo y no quieren ser como Jesús en el Templo cuando echó a los mercaderes; y ahora el mercado ganó al Templo.