Poner puertas al hambre

Dijo un ministro marroquí que la llegada masiva de inmigrantes de la semana pasada se debió a posibles “disfunciones” en el operativo de control de las fronteras. El hecho cierto es que llegaron cerca de 1.300 subsaharianos, hombres, mujeres embarazadas y 48 niños en decenas de barcas de plástico que en algunos casos parecían embarcaciones de juguete para “navegar” en una piscina.
En esta oleada de agosto hay historias conmovedoras. Como la de la pequeña de menos de un año que llegó sin sus padres, con un equipaje de “cinco dientes y unos ojos negros”, que lo escudriñan todo, a la que llamaron Princesa. O la de una mujer de Costa de Marfil que nada más llegar alumbró a una niña que los que la rescataron quieren que se llame Palma, el nombre de la patrona de la ciudad que le vio nacer.
Conmovedora es también la historia de Mboca y su mujer, joven pareja de senegaleses que llevaba ocho meses soñando con Europa que con su hija de 13 meses arribaron a Tarifa en una patera de juguete. Y conmovedoras son las historias de todos los que cruzaron el Estrecho o consiguieron salvar la valla fronteriza de Melilla para pisar territorio español, el paraíso que debe parecer Europa vista desde las profundidades de África. Tenían que estar muy desesperados para emprender la aventura peligrosa de recorrer cientos de kilómetros, correr el riego seguro de cruzar el Estrecho o saltar las vallas fronterizas para alcanzar el primer mundo, que en este momento nada les puede ofrecer. Claro que todos huyen del hambre, de la miseria más absoluta, del mundo del Ébola o de la persecución política con la esperanza poder trabajar aquí para salir de la pobreza.   
Más allá de las dramáticas situaciones personales, la inmigración es un problema complejo que requiere soluciones audaces. Una de ellas pasa por la colaboración con los países africanos para controlar a las mafias que comercian con seres humanos y para implementar políticas de desarrollo que den trabajo y eviten las riadas descontroladas de estos desheredados que pueblan el África profunda. Sami Näir aboga por una gestión de los movimientos de población basada en el desarrollo de la “movilidad organizada” en lugar del caos de la inmigración ilegal.
Lo que parece claro es que no basta con los convenios con Marruecos para evitar las “disfunciones” de la semana pasada reprimiendo las avalanchas de inmigrantes en el Estrecho o en la valla de Melilla. La represión no va a resolver el problema porque no puede poner puertas al hambre.

Poner puertas al hambre

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