Esa sensación de no poder quedarse quieto. Ni siquiera permaneciendo parado, el alma puede estarse quieta, ella se desliza. En el Groove todo va a una como si el universo estuviese por un momento ajustado. El misterio del bajo, el corazón de todo, manda y el batería sitúa el eje inamovible de un mundo que por momentos no se puede desajustar. El Groove junta la periferia y el centro como si de verdad formaran parte de lo mismo. Si uno escucha el maravilloso disco de James Brown “ In The Jungle Groove”(1989), recopilación de éxitos del 69-70, sabrá de lo que estoy hablando. El Groove es una misa interminable, una comunión musical donde nadie se sale del surco. Todo parece lo mismo sin ser lo mismo. El Groove, el swing, el duende, es eso indefinible que todo lo hermana. El cuerpo vago deja que el alma se explaye y muestre su poderío. Es el alma negra por excelencia. Todo se desliza en una superficie dura como si el cuerpo se hubiese librado de la carga que lo aplasta contra la tierra, el corazón, siempre olvidado, recupera su protagonismo, su memoria. Todo es intuición, aullido.