Resultaba en verdad un espectáculo poco edificante comprobar cómo durante semanas y meses atrás venía bastando una declaración, una especulación o un rumor sobre las presuntas intenciones del Banco Central Europeo (BCE) de intervenir en el mercado de la deuda para que la prima de riesgo y el consiguiente coste de las emisiones subieran o bajaran como si de una montaña rusa o de un juego de niños se tratase. Y esta volatilidad ha favorecido a los especuladores hasta extremos disparatados.
Afortunadamente, el anuncio formal y solemne hecho por el presidente del BCE, Mario Draghi, en el sentido de que la institución que preside comprará deuda soberana de los países más frágiles y que lo hará bajo estrictas condiciones previa petición de los interesados, va a suponer un relajamiento momentáneo de las incertidumbres y un alivio para unas economías nacionales más que asfixiadas.
Y lo de “afortunadamente” lo escribo con un cierto miedo, pues no han sido pocos otros formales y solemnes acuerdos de altas instancias comunitarias que o bien fueron cuestionados al día siguiente incluso por alguno de los países adoptantes, o bien siguen durmiendo el sueño de los justos, pendientes de desarrollo, en los altos despachos de Bruselas.
A juicio de los expertos, la lentitud con la que las autoridades y las instituciones europeas están pasando de las palabras a los hechos es posiblemente –dicen– el mayor riesgo que afrontan las economías de la eurozona. De hecho, los primeros síntomas de desaceleración en la economía alemana, que el año pasado pudo presentar una brillante recuperación, pero que en el presente empieza a tener dificultades con las exportaciones –pilar del país– y con la colocación de emisiones de deuda, ponen de relieve el impacto negativo que la inestabilidad y las convulsiones financieras tienen incluso sobre los países más sólidos.
Con todo, si el “plan Draghi” se pone en marcha y se pone ya, se habrá dado un primer paso en la recomposición de las economías periféricas de la eurozona, las más débiles y frágiles del sistema. Pero sólo un primer paso. Porque mejor antes que después habrá que establecer una arquitectura europea duradera, sólida y que acabe con las incertidumbres. Es decir, una arquitectura institucional que corresponda a la moneda única. Y eso, a juicio de los expertos, se llama caminar hacia la unión bancaria, la unión económica, la unión fiscal y la unión política. Es decir, hacia más Europa.
Parece como si Europa sólo fuera capaz de avanzar a golpe de crisis. Refleja así una incapacidad preocupante para reforzarse en condiciones de normalidad, incluso con Gobiernos respaldados por mayorías suficientes, con un grado de homogeneidad bastante elevado y con unos partidos de oposición que no ofrecen alternativas radicalmente distintas. No sería ésta, ciertamente, la primera vez que así sucede.