GOBERNAR NUESTRA MISERIA

Es un claro consuelo saber que los sesudos analistas que trabajan para el BBVA están casi convenidos de que la economía en España ya está creciendo. En su opinión, lo hace en un raquítico 0,1%, pero lo importante es que lo hace, que se estira, y eso es suficiente para que más de uno haya salido a la plaza a tirar bombas de palenque.
Resulta pasmoso que un supuesto experto se manifieste con tan poca fiabilidad, aunque tampoco tiene que sorprender si se tiene en cuenta que fueron los que no vieron venir la crisis en la que ahora estamos y los que llevan años dando recetas para salir de ella sin que, por el momento, ninguna se haya mostrado ni mínimamente efectiva.
Por ello, habrá que tomarse a modo de anécdota la recomendación tanto del Fondo Monetario Internacional como de la Unión Europea, según la cual el paro en España se solucionaría con una reducción de los salarios del diez por ciento. No explican porque el recorte tiene que ser justo de ese diez por ciento porque, ya puestos, si se bajaran un veinte por ciento lo mismo nos daba para emplear también a los parados que existan en países vecinos.
Lo curioso es que los economistas que dirigen el mundo son como los adivinos televisivos, más falsos que una moneda de tres euros. No se ponen túnicas, ni encienden velas, pero solo porque no les hace falta, ellos tienen la audiencia garantizada y, lo que es peor, la obediencia debida de los gobiernos. Y así nos va.
Es posible que tengan razón y que la austeridad salarial sea el bálsamo de Fierabrás de nuestro tiempo. Lo que no se entiende, si esto es así, es que ellos mismos no se apliquen su medicina y perciban salarios insultantemente elevados, tanto, que se escriben con seis cifras.
Como el viejo padre de familia, recurren a aquella máxima tan antipedagógica de haz lo que digo y no lo que hago. El problema es que, al menos en este país, somos ya multitud quienes estamos hasta las mismísimas narices de que gobiernen nuestra miseria desde sus lujosos despachos de Bruselas o Baviera.
En un país en el que los sueldos de mil euros comienzan a ser una panacea, en el que más de una de cada cuatro personas está sin trabajo, plantear una nueva rebaja salarial, más que una solución, parece una ofensa.

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