La entrada de refugiados provenientes de Siria tensaron un poco las relaciones entre Ankara y la UE. Como en Bruselas no se fían del presidente turco, Tayipp Erdogan, decidieron calmarlo con algunas bagatelas.
Durante los últimos cuatro años Bruselas fue cómplice de Ankara en sus intentos por derribar al gobierno sirio. Era vox pópuli que el ejecutivo turco ayudaba a las fuerzas anti-Assad, entre ellas a los terroristas del EI. Como los acontecimientos en Siria –sobre todo después de la intervención rusa– están cambiando demasiado deprisa, la UE está hecha un lío (¡cuándo no!), por lo tanto, se ve forzada a cambiar constantemente su posición política. Primero, porque pueden llegar más refugiados, lo cual añadiría más caos a la zona comunitaria. Y segundo, porque en Bruselas hay miedo, allí temen que el turco se enfade demasiado, tanto, que un buen día se le ocurra propinarle una patada al tablero.
Así que, Merkel, como jefa no oficial de la UE, tomó la decisión de pasarle la mano al otomano, dándole un dinerillo –calderilla más bien– para afrontar los primeros gastos del gobierno turco con los refugiados, además de ofrecerle reabrir el expediente de la entrada de Turquía en la UE.
No sabemos si el gobernante turco, un aprendiz de chantajista, si lo comparamos con algunos políticos del entorno europeo, creerá en las promesas de la teutona.
Sin duda, la señora Merkel intenta ganar tiempo y de paso apaciguar los ánimos en Ankara. La realidad es que nadie quiere a los turcos en la UE, y menos Francia y Alemania. Si de verdad los quisieran, hace tiempo que Turquía hubiera estado en la UE. Aunque le hacen algunas “concesiones”, se las hacen porque ese país es uno de los miembros europeos más importantes de la OTAN. Lo demás es retórica política barata. A Europa –que además está presionada por Washington– no le queda otra salida que ser benévola y condescendiente con Turquía.
El presidente turco tenía un plan en el cual contemplaba el reparto de Siria. En ese nuevo “diseño”, en el que había varios implicados, contaba con llevarse una buena parte del territorio sirio. No hay que olvidar que el señor Erdogan, en sus sueños políticos megalómanos, visionaba construir la Gran Turquía, una versión moderna del Imperio Otomano.
Pero los sueños, sueños son. Ahora despertó, apareció ante él una realidad distinta, no precisamente la que le hubiera gustado, por lo tanto, se encuentra entre la espada y la pared. Está enfadado. Lo está tanto que tuvo que ir Merkel a calmarlo.
La UE necesita “muros” de contención, puesto que tal como se están poniendo las cosas –desde Afganistán hasta el norte de África– no se espera que el flujo de refugiados vaya a remitir mañana.
En Bruselas, pero sobre todo en Berlín, hay una gran preocupación. La realidad, es que si continúan nuevas oleadas de refugiados, en unos años, no muchos, el mapa étnico, político y religioso de Europa va a cambiar radicalmente. Esa posibilidad es real, existe, está ahí.
Hace 30 años no había rastro de yihadismo, ni en Oriente Medio ni en África. Ni en ninguna otra parte. Algunas naciones –de las que hoy están destruidas y controladas por bandas criminales– eran prósperas repúblicas laicas que vivían en paz, incluso en cierta armonía. Pero hoy eso pertenece al pasado y, desafortunadamente, no se puede cambiar. Las malas políticas, junto con la incompetencia y la avaricia desmedida de unos pocos, nos trajeron este escenario.
Es absurdo intentar escurrir el bulto, como hacen algunos ex primeros ministros o ex jefes de Estado. Su responsabilidad, nadie inventa nada, está ahí. No hay que olvidar que algunos países europeos –curiosamente, Alemania no es uno de ellos– contribuyeron al desastre del Medio Oriente y de África.
A pesar de que la UE tuvo mucho que ver en el incendio sirio, ni siquiera fue llamada –fue literalmente excluida– para participar en las conversaciones de paz que se van a celebrar en Viena para arreglar ese conflicto. Lo que demuestra su insignificancia, por lo tanto, los líderes europeos sólo nos pueden vender humo.