HAY determinados hechos que marcan las vidas de una sociedad entera. Acontecimientos traumáticos como el atentado contra las torres gemelas o las bombas en los trenes de Atocha hacen que casi todo el mundo sea capaz de recordar lo que estaba haciendo en el momento en el que se enteró de la noticia. Uno de esos acontecimientos que marcó su momento fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Y lo fue porque lo suyo fue la crónica de una muerte anunciada pero que nadie quería considerar imposible de evitar. Desde su secuestro y el ultimátum de ETA, la sociedad española se movilizó en contra de un crimen frío y vil (como si hubiera alguno que no lo fuera). Es posible que, como se dice ahora, su muerte sirviera para que se iniciara el fin de la banda terrorista, que todavía juega a hablar de desarmes en un mundo en el que ya no tiene cabida. Ahora se cumplen 20 años del asesinato, de las vigilias y de la respuesta airada de todo un país que gritó al unísono ¡Basta ya!