El fascismo nace de la mano de los eternos diseñadores de nuevas realidades, con ventanas a ese paisaje que ellos disponen para nosotros, por supuesto, a nuestra imagen y semejanza, que es la suya, y con muchas puertas a sus despachos, que dicen nuestros, donde se han de forjan los magníficos campos de burocracia en que pastaremos un día sí y otro también.
Así nace y así se hace un sitio en el santoral de los calendarios políticos de una sociedad que no advierte el peligro. Cómo desconfiar de hombres que diseñan realidades con ventanas a paisajes idílicos, y con tantas puertas como despachos de esforzados burócratas.
Muy al contrario, se les anima, y cuando empiezan a pedir sin medida, se les mide como rebeldes, y si piden la cabeza de la solidaridad, se le advierte a esta que no sea tan escrupulosa con quien no reclama si no diferencia en el trato y tratar con indiferencia.
Y el día en que sentimos las cadenas, hacemos saltar las alarmas, pero nadie las oye, la muerte cerebral es ya un hecho.
Y como es así, seguimos en el delirio. Decimos: “si quieren votar no están sino ejerciendo un derecho democrático”. Pero la cuestión es que estas “bestias” de lo suyo, se adelantan al resultado, ellos son las urnas y también las papeletas, y comienzan a legislar como si ya lo hubiesen ganado. Y el primer paso hacia su voluntad es una ley de desconexión que ha de certificar nuestra muerte como individuos y como sociedad.