No cabe sino pensar que las sociedades que se estremecen cuando asesinan a una mariposa han de ser sensibles al dolor ajeno, facultad que se expresa nítida en la levedad de ese ser capaz de eclipsar sus fornidos ánimos, y tienen necesariamente que ser un clamor cuando la víctima es un hombre, y un rigor contra aquellos que conciben y ejecutan el crimen.
La nuestra iguala en las formas esa sensible naturaleza social, y en esa virtud la aceptamos, porque en realidad no somos sino eso, formas saludando sin idea cabal de las mariposas y aún menos de su dolor.
Si fuésemos solo una leve sombra de esa voluntad, actos como el de Arnaga no habría sido posibles sino en la criminal naturaleza y maquiavélica estrategia de ETA.
Sin embargo, se celebró y aplaudió como si en él diésemos un gigantesco paso en esa dirección, cuando lo que de verdad se escenificó y acreditó fue un canto a la impunidad para los miembros de esta organización a la que durante más de medio siglo le hemos reconocido legitimidad para asesinar mariposas en las alas que alientan el corazón de los hombres.
Se ha representado el enésimo aquelarre de desprecio a las víctimas y a su dolor en favor de los verdugos, y a él hemos asistido, leves como crisálidas, los miembros de esta sociedad en la persona de una parte del estado, el PNV, ese ser social de cuya naturaleza aún se desconoce si es amigo de los asesinos de mariposas o solo su comparsa.