Elogio de la torpeza

Vivimos en una sociedad muy competitiva, bastante difícil para torpes; incluso los más pequeños sufren la presión de la lucha por ser los mejores y no quedarse atrás. En este tema y como punto de partida, mujeres y hombre somos iguales, siempre lo hemos sido. Quizá ahora todavía más, al haberse universalizado la competitividad a todos los ámbitos del desarrollo humano, por encima de cualquier otro valor. No se trata solo de salir adelante sino de no ser un pringado y a eso está orientado, en buena medida, nuestro sistema educativo. No hay lugar para el disléxico o, por lo menos, lo sigue teniendo bastante difícil.
Antiguamente, hace no demasiados años, la dislexia y otros problemas de aprendizaje, simplemente no se diagnosticaban. El torpe era considerado por lo general un zoquete inepto y desmañado, víctima principal del famoso axioma de que la “letra con sangre entra”. Hoy por suerte en eso hemos mejorado mucho e incluso se habla de la educación personalizada, aunque en la mayoría de los casos siga siendo una utopía. Más de una vez por desgracia la “torpeza” sigue estando detrás del maltrato escolar.
Entre el elitismo de antaño y la competitividad actual no hay tanta diferencia: ha mejorado en cuanto a que las capacidades no se valoran de manera absoluta, pero no ocurre lo mismo con las dificultades. En un sentido estricto, ser torpe no es lo mismo que ser incapaz, muchas veces ocurre lo contrario, las dificultades de aprendizaje y la falta de determinadas habilidades, coinciden con grandes capacidades intelectuales.
Uno puede tener sus limitaciones, pero poseer un coeficiente intelectual igual o superior al de otros más hábiles. Hay mucha gente que no lo tiene fácil y que con esfuerzo consigue superar sus dificultades; incluso puede llegar a ser una persona de éxito. Pero al final, la realidad demuestra que esto último no es tan importante, la ventaja de ser un poco torpe es que, al tener que luchar continuamente contra esa torpeza, se acaba por conocer mejor la naturaleza de las cosas y de las personas.
Es la diferencia entre lograr hacer muchísimas cosas, incluso muy importantes, y la de acabar conociéndose asimismo y a los demás. Antes o después todos tenemos la oportunidad de hacer esto último, pero el habilidoso, contento con sus capacidades, no se va a parar a dilucidar si todo aquello le merece la pena o si detrás de tanta suficiencia no se ocultan graves limitaciones. Así que ser torpe, en cierto sentido, es un privilegio; pues puede devenir en mayor madurez personal e individual. Por eso tantas veces, malos alumnos de la etapa escolar nos acaban sorprendiendo por su capacidad para salir adelante en la vida profesional.
 

Elogio de la torpeza

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