Qué habremos hecho para llegar tan exhaustos al final de las vacaciones estivales. Les confieso que a pesar del escepticismo que proporciona la edad, me irrita sobremanera el bochornoso espectáculo que dan nuestros jóvenes políticos electos en los últimos comicios generales.
Inmersos como estamos en el desastre climático que asoma con toda su crudeza, sumergidos en las guerras comerciales de Trump con China, antesala de futuros cambios geopolíticos y, ahora, que sufrimos de vértigo al ver caminar a los británicos por la cuerda floja del Brexit, es preocupante que nuestros representantes políticos, cual dioses menores, se empeñen en ser actores de una tragedia griega que, como casi siempre, augura que el destino los tratará como a enemigos, irremisiblemente.
Cuando mejor pintaban las cosas para abordar el incierto futuro que se abre paso, gracias a la composición del Congreso con mayoría absoluta socialista en el Senado, parece mentira que se pueda tirar todo por la borda a causa de los malditos egos políticos superlativos, aleccionados por la estulticia de mercenarios del asesoramiento en el ejercicio del poder.
¡Ay!, cuánto se añora la política, porque convendrán conmigo que lo de ahora se ciñe a peleas por el ejercicio del poder, absolutamente incompatibles con cualquier actuación en beneficio del conjunto de los españoles.
Para muestra un botón. Se va jubilar Montoro, si no se jubiló ya, y todavía sufrimos su último presupuesto público que precariza los servicios públicos. En esas estamos cuando las comunidades autónomas se dan cuenta de que les falta dinero para sostener la sanidad, la educación y otros servicios garantes de la redistribución de la renta y la vertebración social de las que son responsables.
Más ejemplos. El anterior Presidente del Gobierno renunció al programa electoral presentado a los ciudadanos con la excusa de la crisis que ya se conocía. Ahora, el aspirante presenta a los grupos parlamentarios un programa ex novo desconocido por los electores cuando acudieron a votar. Realidades paralelas, la de la Calle y la del Poder.
Como en las carreras ilegales de coches hacia el precipicio, la adrenalina de la velocidad provoca que los conductores, los que se dicen políticos, se miren de soslayo a ver quién se tira del auto antes de alcanzar el límite del acantilado. Como lo apuren mucho, pueden precipitarse los dos al vacío y a nosotros nos quedará un largo periodo de duelo lamentándonos de lo que pudo haber sido y no fue. Otra vez la maldita nostalgia.
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