El error humano

Hasta el momento de redactar estas líneas y en poco más de 72 horas, en cuatro rincones del mundo se han producido otros tantos acontecimientos paralelos con el ébola como detonante: Madrid, Dallas, Oslo, Leipzig. Sobra decir que estamos ante la emergencia de salud pública más severa de los tiempos modernos y que el mundo está mal preparado para responder.  
Recuerda la OMS que nunca en la historia más reciente un virus que exige el máximo nivel de bioseguridad había infectado a tanta gente, a tanta velocidad y en un área tan extensa. No hay contra él de momento vacuna ni tratamiento. Con todo, las cuatro historias acontecidas muestran parecidos y diferencias sustanciales. Desde el descontrol tremendo de Dallas hasta la preparación técnica y la sensibilidad social exhibidas en la capital noruega. Y salvo en nuestro país, nadie ha cuestionado la necesidad de repatriar a los connacionales infectados en el exterior.
Las repatriaciones han sido innegociables. Entre otros argumentos, por interés propio; esto es, para no desincentivar la participación de cooperantes procedentes de países desarrollados que combatan in situ el brote epidémico y eviten su expansión en otras zonas del mundo. Allende nuestras fronteras, estamentos de todo tipo y condición se han puesto juntos a la obra de hacer frente a la situación sin buscar chivos expiatorios. Aquí no hemos sido tan ejemplares. Una vez más, no nos hemos unido ante la crisis, sino que hemos vuelto a trazar la raya entre buenos y malos. Y hasta quien había prometido una tregua –el Partido Socialista– ha sido incapaz, como tantas otras veces, de mantener su palabra.
Aquí, como estamos acostumbrados a culpabilizar por sistema a las Administraciones públicas, no se ha admitido el error humano, aun cuando haya habido confesión de parte. Sucedió con el maquinista del accidente de Angrois y ha vuelto a ocurrir ahora. En este caso, paradójicamente, la propia auxiliar de enfermería infectada ha sido casi la única en reconocer su cuota de responsabilidad o como quiera llamársele.
De todas formas, desde que en agosto un avión medicalizado fue a Liberia a recoger al misionero Pajares han sido un par de cientos o más los ciudadanos que han pasado a ser durante algún tiempo contactos de riesgo. Y a pesar de todos los pesares, sólo una persona ha resultado infectada. Todo es perfeccionable y más en situaciones sobre las que no se tiene experiencia. Pero, serenados los ánimos y sin lanzar campanas al vuelo, habrá que concluir que no debemos de haber hecho tan mal las cosas como algunos pretenden.

El error humano

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