Los lunares de Messi

Reconozco que estoy frustrada. Pegada a la pantalla del televisor, prácticamente hechizada, y no conseguí ver el dibujo en tres dimensiones que se escondía entre los lunares del esmoquin de Messi. Entorné los ojos, me fijé en un solo punto para a continuación abrir el ángulo de visión, dejé la mirada perdida sobre los topos... Lo probé todo, hasta que empecé a temer que la chaqueta estuviese diseñada para ejercer sobre quien la mirase algún tipo de control mental. A modo de espiral hipnotizadora de gabinete parapsicológico. Por un momento hasta creí oír de fondo unas notas inquietantes. Imaginé entonces un plan de dominación. Me vi proclamando que el argentino es el mejor futbolista de todos los tiempos y gritando visca el Barça a pleno pulmón. Noté un escalofrío recorriéndome la espalda y me alejé de los perversos lunares.

Pero era tarde, ya estaban grabados en mi memoria. Como aberración estilística. Ignoro si este buen muchacho tiene a su servicio un asesor de imagen. De ser así, espero que al terminar la gala de la FIFA le pusiese delante un sobre con el finiquito. Ese look solo se entiende como una venganza o como una broma. Los hay que por una apuesta se afeitan la cabeza y los hay que se visten de varicela albina. A Lionel hay que reconocerle valor. O inconsciencia, quién sabe. El caso es que se presentó ante el planeta de semejante guisa como quien se enfunda el más elegante traje de alta costura. ¿Estaría enviando un mensaje? Que el premio era una payasada, quizá. Un un paripé, de ahí lo de ir disfrazado con la complicidad de Dolce & Gabbana.

Confieso que no tengo idea de cuál fue su discurso al recibir el Balón de Oro. Todos mis sentidos estaban puestos en los lunares. Los veía, los oía, los sentía. Captaban toda mi atención de una manera irrefrenable. Anulando mi voluntad. Qué importaba que el maniquí hablase. Esos puntitos eran lo importante. Gracias a todos, esto es un premio colectivo, mi objetivo es seguir trabajando para hacerme merecedor de tan alto galardón. Algo así imagino que diría. Aunque si hubiese revelado “quiero someteros con mi chaqueta y comenzar un reinado de mal gusto” tampoco me habría extrañado.

Aún me preocupa esta posibilidad. Que en lugar de los topos de Messi se hable de polka dots y se inscriban en una estética hispster. Una amiga lo vaticinó desde el sarcasmo, pero es cuestión de que un par de blogueros divinos lo destaquen como tendencia para que las tiendas se inunden de inverosímiles manchas redondas en las prendas más insospechadas. Hasta cierto punto sería un triunfo. De aquellos muy lejos de las formas apolíneas de sus compañeros que también tienen derecho a ser iconos de moda. Sería un triunfo, insisto, pero cruzo los dedos para que el chaval se conforme con los reconocimientos futbolísticos y su esmoquin acabe en lo más profundo de un armario para siempre jamás.

Los lunares de Messi

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