Las mujeres españolas tienen menos hijos que los que desean porque tienen trabajos precarios y sueldos insuficientes y porque no consiguen conciliar la vida familiar y laboral.
Esos son los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística en la Encuesta de Fecundidad de 2018, que acaba de dar a conocer. Y está muy bien que estudios oficiales certifiquen la realidad, aunque para detectar ese panorama tampoco hacen falta estudios muy profundos.
Si tenemos en cuenta que la tasa de fecundidad es de 1,3 hijos, una de las más bajas del mundo, y si cruzamos esos datos con los que hace poco más de un mes dio a conocer la Universidad de Washington, que nos anunciaba la buena nueva de que en 2040 nuestro país será el lugar con mayor esperanza de vida del mundo, superando a Japón, Suiza y Singapur, en el horizonte asoma una verdadera bomba de relojería.
Porque será muy difícil mantener en el futuro un sistema de pensiones y de protección social con una población contribuyente menguante y con un sector creciente que requerirá más atenciones y durante más tiempo. Así que si no somos capaces de corregir la pirámide, la situación puede convertirse en el futuro en insostenible.
Para modificar el rumbo se necesitarían políticas transversales y a largo plazo e inversiones que únicamente darán sus frutos dentro de mucho tiempo, apuestas que parecen incompatibles con un sistema económico que busca el beneficio y la rentabilidad a corto plazo y con un sistema político al que le cuesta atisbar horizontes que vayan más allá de una legislatura.