CHAMORRO

Contra lo acostumbrado, el día de Chamorro ameneció y se puso ayer bajo el sol. Puede que incluso a más de uno le falle la memoria sobre una jornada en la que lluvias solitarias no constituyesen una persistente amenaza, o dejasen incluso algún que otro chaparrón sobre fiambreras, pan, empanada y bolla, que es lo que se tercia obligado para subir al monte en la romería por antonomasia de Ferrol. De algún modo, es un día de desaogo, ajeno ya por completo al timbal, el tambor y la corneta de las fechas pasadas, en donde el ruido de las gentes apenas deja oír la gaita o el vocerío de los vendedores ambulantes. Hay quien lleva toda la vida subiendo a la ermita, como si de un voto de matrimonio se tratase. Tal vez porque allí se conocieron, o allí rezaron y vieron cumplida la salvación de algún ser querido. Si acaso porque, pudiendo todavía, se trate de recordar la niñez en que se acudía con los padres, o esa pubertad más libre y alegre que a veces da la sensación de que tanto se echa en falta.

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