decía Rubalcaba que en España “se entierra muy bien” a los políticos, una expresión deliciosamente irónica y cargada de razones que no es aplicable al ex presidente Fernández Albor cuya muerte concitó amplio consenso en la valoración positiva de su persona, de su trayectoria profesional y de su honestidad política.
Fue “un gallego comprometido con el país que siempre se mostró dialogante con sus adversarios políticos y capaz de encontrar puntos de encuentro sin dejar de defender sus ideas”, destacó el ex presidente González Laxe.
Era un hombre afable y cordial, de trato exquisito y talante integrador, un “paisano ilustrado” con sentidiño, valor muy apreciado por los gallegos, que quería ser recordado como un hombre que amó y luchó por su tierra y su gente. “A mí con que me recuerden que he servido a Galicia me llega”.
El “sentidiño” fue la divisa que marcó su paso por la política que desempeñó teniendo como norma el diálogo, el respeto al contrario que no es enemigo, es portador de otro punto de vista, la moderación y la búsqueda de la concordia.
Su bonhomía fue su gran fortaleza y, aunque parezca una contradicción, también fue su gran debilidad porque le inmunizó contra la dosis de astucia y desconfianza necesarias en el proceloso mundo de la política.
Se fue sin conocer tres episodios clave para la vida política, social y económica de España. Quiso el azar que el día de su muerte llegara la sentencia sobre la extradición del ex presidente catalán fugado. Como buen germanófilo, le apenaría ver que un tribunal regional alemán destroza el espíritu de la euroorden, humilla a los españoles y da alas al independentismo.
Tampoco le gustaría el canibalismo que se percibe en su partido. Los dosieres e infundios, que destilan rencor, acentúan la división, la falta de entendimiento e integración que él defendía. Están destrozando el partido y dejando a los españoles sin una formación que lidere el centro derecha.
Por último, se fue sin constatar que su premonición “tengo miedo a que Sánchez se alíe con los antisistema para ser presidente” (La Voz, 3.9.2017) ya es una realidad. Con su fina retranca añadiría “más por deméritos nuestros que por méritos propios”.
Pero sobre todo se fue sin hacer ruido y sin molestar, como era él. Su figura sobresale sobre la mediocridad y bisoñez política reinantes y su lección debería ser aprendida por todos: hacer política es mejorar el desarrollo económico, social y cultural de Galicia. Servir al país.