El rechazo del Consejo de Estado a la iniciativa del Gobierno para impugnar la candidatura de Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat es el último episodio de un proceso cada vez más surrealista.
El Consejo de Estado es un órgano consultivo, no es un tribunal. Sus dictámenes, aunque preceptivos, no son vinculantes. Quiere decirse que el Gobierno no está obligado por dichos informe, ahora bien, a nadie se le escapa que en éste caso, sí no reconsidera la impugnación, debilita la razón de la causa que la impulsa.
De hecho, a los separatistas les ha faltado tiempo para convertir el incidente en munición para su discurso victimista. Incluso amenazan con recurrir al Tribunal Constitucional caso de que el Gobierno –como parece– siga adelante con su plan de impugnar ante ése mismo Alto Tribunal la candidatura del prófugo. ¡Menudo lío!
Un lío del todo innecesario pues al Gobierno rodeado como está de abogados del Estado (empezando por la propia vicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría) se le supone con capacidad y recursos para prever determinados acontecimientos. Visto que el Consejo de Estado no es un tribunal, ¿a nadie en La Moncloa se le ocurrió evacuar una consulta previa respecto de este asunto? ¿Suficiencia o torpeza?
Visto el resultado, uno no sabe qué pensar. El caso es que en puertas del pleno del Parlament que debería elegir al próximo presidente de la Generalitat, nadie sabe qué es lo que puede pasar.
Si el Gobierno de Mariano Rajoy, pese a lo dicho por el Consejo de Estado, sigue adelante e impugna ante el Tribunal Constitucional la candidatura de Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat puede que consiga impedir la celebración del pleno (la aceptación a trámite de los recursos del Ejecutivo paraliza el acto), pero también podría suceder que el Alto Tribunal se manifestara en sintonía con el Consejo de Estado o que hubiera votos particulares que evidenciaran la falta de unanimidad. Sí así fuera el descrédito político sería mayúsculo.
Un inesperado y torpe regalo a los separatistas que se manejan como nadie en las situaciones en las que predomina la confusión.