Fraga, como pretexto

La creciente mezquindad de la vida política es consecuencia proporcional al tono mediocre y furioso de quienes, cuántos y cuántas, nos gobiernan, bueno, es un decir, claro.

La política, esa res publica, en principio de tanta exigencia honorable, pareciera hoy expresión deformada y teratológica, y la res sería tal no en su latín de origen cuanto en nuestra directa descripción bóvida de hoy, y a lo de pública, ya le vamos poniendo acento y a ver hasta dónde llegamos… 

“La ley, la moral y el decoro prohíben la blasfemia”, es frase que podía leerse, con intención persuasiva, impresa sobre una placa metálica –ya lo dije en alguna otra ocasión– en las estaciones de tren durante el franquismo.

De la ley, hoy, de su aplicación, se tiene noticia frecuente desde consideraciones desconcertantes, cuando no directamente aberrantes, sobre los sucesos y situaciones más variados, desde la gracia atolondrada en la concesión de permisos de fin de semana a reclusos potencialmente peligrosos, con resultados criminales de reincidencia previsible, hasta el expreso permiso a un prófugo de la Justicia para presentarse como candidato electoral, que nada digamos del tufo a indulto, alevoso y cómplice, que podría beneficiar a la banda de sediciosos catalanes.

En cuanto a la moral y el decoro, son conceptos y prácticas en desuso por incomparecencia en la vida cotidiana desde hace mucho tiempo, pero mucho, precisamente todo lo que permite que la Ley se relaje tanto y tanto, tan torcidamente, en su interpretación, y que la orquesta ebria de ese titanic que fueron, y son, en España los últimos gobiernos, tenga, atención, ministras y ministros con una catadura psicológica, y unas formas, y unos decires, que para sí quisieran Lombroso y Freud, cada cuál a lo suyo, y a repartirse el botín de esta clientela. 

Sobre la blasfemia, derivación obscena de lo irreverente con intención de ofender, podríamos muy bien acomodar palabras precisas y luminosas de Laín Entralgo, por más que no atiendan directamente a la blasfemia en sí misma cuanto al perverso juicio sobre el prójimo, cuando dice “quien juzga a una persona, intencionalmente la mata, porque la reduce a ser lo que en relación con la materia juzgada está siendo; quien la comprende, en cambio, la tiene ante sí con toda la complejidad y todos los matices de su vida”. 

En estos últimos días, las corporaciones de los ayuntamientos de La Coruña y Ferrol, en aplicación degradada de la ley, sin moral ni decoro, cometieron la blasfemia de juzgar a Manuel Fraga Iribarne, al fin de retirarle el título de Hijo Adoptivo de cada una de estas ciudades. Ninguna sorpresa. Son los mismos que exhiben sin pudor sus desafectos con eructos de ignorancia y resentimientos de pancarta. Y que enseguida te sacan el catálogo de tópicos sobre el Fraga franquista, que para nobles y ejemplares políticos ellos, donde los haya, y además democráticos, sobre todo democráticos. ¿De verdad se creerán estos chicos que Manuel Fraga va a perder un ápice de reconocimiento a su memoria mejor, y que su relación filial con estas dos ciudades va a perder consistencia de fundamento porque ellos lo digan?. 

Fraga, como pretexto

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