DELGADAS

Ocho de cada diez españolas que ya han cumplido los cuarenta años prefieren estar delgadas a sanas. Lo dice un estudio de una Universidad madrileña, que avisa de los peligros de las dietas milagro. Otra advertencia que desoirán las que se encomiendan al gurú de turno, muchas veces un famosete que jura en televisión que ha perdido diez kilos a base de pipas de calabaza.

No es un asunto de adolescentes que juegan a buscarse preocupaciones –jo, tía, estos pantalones me hacen gorda, voy a hacer el plan del boniato para bajar cuatro kilos–, se trata de adultas conscientes de las que se espera que tengan algún conocimiento de lo que supone para su organismo semejante cambio de hábitos.

Pero las dietas tienen la capacidad de convertir en creyentes a mujeres que recelan de cualquier oferta que se les presente. Las mismas que escrutan todos los movimientos del carnicero por si trata de escatimarles algún gramo al trocear la carne, que se niegan a escuchar a cualquiera que intente venderles algo o que incluso se cuestionan la eficacia de los fármacos que les receta el médico se vuelven tiernos corderitos ante la posibilidad de bajar una o dos tallas con el sistema más inverosímil.

Las dietas tienen la capacidad de convertir en creyentes a mujeres que recelan de cualquier oferta que se les presente

 

Días sin probar más que algún tipo de sopa sin sustancia, semanas en las que el tenedor y el cuchillo son objetos decorativos junto al plato vacío. Constantes visitas a la báscula para comprobar los resultados de tan magnífica estrategia.

La incongruencia de querer mejorar el físico destrozando el cuerpo por dentro. Y todo, mientras obligan a los niños a acabarse el filete, porque tienen que estar alimentados, y consideran al vecino del tercero casi un enfermo por machacarse en el gimnasio a diario.

Dejar un bonito cadáver está más de moda que comer sano. Y que otro te alabe el tipo supera cualquier pose de pretendida despreocupación por lo superficial.

Las abanderadas de la belleza interior, que se manifiestan en público encantadas con sus curvas y recurren a aquello de que para ser feliz no se puede vivir esclavizada por la imagen, sufren en la intimidad de su hogar los rigores de cuanto nuevo remedio de hechicero se da a conocer.

Nadie parece resistirse al influjo de las dietas que prometen lograr por arte de magia que cualquiera se ajuste al 90-60-90.

Que una revista de moda lleve a su portada a una modelo de la talla 42 es motivo de celebración. Aplaudir la iniciativa mientras se juega con la salud es una estupidez.

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