Independientemente

La independencia es por sí un valor supremo, tanto en lo individual como en lo colectivo, no en vano proyecta al sujeto y al grupo a un plano de autosuficiencia a todas luces encomiable. Es más, es por los esforzados vericuetos de su ser por donde hombres y pueblos acceden a esa necesaria madurez que nos distingue con el don de la responsabilidad aceptada y cumplida.

Siendo esa su naturaleza cabe preguntarse por qué en la boca de los independentistas suena ofensiva y egoísta. Juzgo que es porque se exige sobre la premisa de una dudosa superioridad ética y cultural. Y bajo la injusta y constante acusación de agravio. Porque se reclama afirmándose en la negación del otro. Porque es excluyente, y es que son muchas las personas que entienden que cuando afirman no querer ser españoles no quieren decir que reniegan de una nación sino que no quieren ser como ellos, porque no los sienten ni ejemplares ni dignos de compartir la convivencia.

Se hace infame porque se realiza sobre la base de un derecho de propiedad ilegítimo, el que nace de la contingencia de haber nacido en un territorio. Derecho que creen les otorga el privilegio de poder decir quién y en qué condiciones puede transitar y permanecer en él y quién no. Mi mirada puede resultar injusta, tanto quizás como que se nos haga sentir como parásitos que hemos vivido y vivimos a sus expensas.

Independientemente

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