Las monarquías lo llevaban mucho mejor cuando las redes sociales las conformaban los pregoneros y tenían el poder de mandar al cadalso a todo aquel que se atreviera a cuestionar cualquiera de sus decisiones. Ahora, con millones de ojos viendo sus movimientos y conociendo (casi) todos sus pasos, lo tienen mucho más complicado para mantener la imagen de justos servidores al país que los mantiene. Ejemplos en la historia reciente hay muchos, pero el último es el del príncipe Andrés, amigo del financiero Jeffrey Epstein, que se suicidó en la cárcel en la que estaba acusado de dirigir una red de pederastia. Andrés, que concedió una larga entrevista a la BBC, pide perdón por esta amistad, pero no aclara su relación con una menor de 17 años con la que se vio en casa de su difunto amigo.