Víctimas

Suele pasar que en los conflictos laborales tenemos la sensación de que nunca nos lo cuentan todo. A nuestra desconfianza natural, desarrollada durante años de mentiras interesadas de todo aquel que se pone ante un micrófono, se unen los inevitables rumores de que al discurso oficial de uno y otro bando le falta la parte más jugosa. Ese dato que lo cambia todo. Que hace que la división entre buenos y malos se vuelva borrosa. Llega un punto en el que sospechamos del trabajador que se erige en defensor del pueblo engañado y fruncimos el ceño ante el empresario que se escuda en la crisis. Es cuando asumimos que, una vez más, seremos los perjudicados.
Nos puede la solidaridad fraternal de empleados oprimidos. Siempre junto al que creemos más débil. Por el que salimos a la calle, firmamos solicitudes, llenamos las redes sociales de ánimos. Hacemos nuestra su lucha. Hasta que ese amigo que conoce a alguien que trabaja la empresa nos jura que querríamos para nosotros la situación por la que otros protestan a viva voz. Entonces volvemos a la duda, a sentir que otra vez hemos pecado de crédulos y a jurar que practicaremos la indiferencia ante la próxima manifestación.
El conflicto de Albada nos encuentra encendidos con una reforma laboral que va dejando cadáveres cada día y con muy pocas ganas de poner en duda la estafa del reciclaje que nos aseguran que existe. La invitación a entrar en la pelea se hace atractiva. Por momentos nos resulta conmovedor que todo el sector se una en defensa de sus compañeros de la planta de Nostián. Luego pensamos en lo que no sabemos. En lo que quizá nos haría cambiar de opinión, como tantas veces. Esa revelación que nos llevaría a mirar con rabia a los huelguistas en las manifestaciones y a dejar con resignación las bolsas de basura en el montón que crece a los pies del contenedor.
Imaginamos lo que será caminar por una ciudad en la que el hedor se incrusta en la ropa y la piel, con la amenaza de las infecciones en cada esquina cubierta de desperdicios. Y deseamos un acuerdo que hemos llegado a sospechar que no depende de condiciones, sino de orgullos. Como tantas veces. Las mismas en las que hemos sido las víctimas.

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