El pasado vuelve. Es como un boomerang. Conviene no ignorarlo, tampoco olvidarlo. Las amnesias voluntarias son síntoma inequívoco de la propia hipocresía. En un país de escasa seguridad jurídica, la hay, pero debería haber dosis ingentes de más seguridad, y nula ética o moral, todo es posible y de nada hay que sorprenderse ya.
La mentira tiene anchos canales, igual que la soberbia. Y en política se prodiga. Así la concibieron las élites, las que pactaron hace cuarenta años las reglas de juego que a día de hoy siguen inmutables. Nadie las quiere revisar ni enmendar. La corrupción altanera, la aceptación de la misma por parte de una sociedad mediocre y simpatizante de la misma, la mediocridad rampante, el despotismo y nepotismo entre lo público y lo privado, las puertas que giran en ambos sentidos han echado raíces sólidas en todos los campos y aristas institucionales. Lo trágico es que nadie tiene empeño en erradicar, enmendar, corregir, extirpar y cauterizar definitivamente la herida.
Las elecciones no purgan comportamientos, ni responsabilidades, ni imputaciones. Curiosamente un expresidente autonómico que acabó dimitiendo se aferró a ese slogan tan altanero como cínico, las responsabilidades han quedado limpias por las urnas. Lo mismo acaba de hacer, aseverar en realidad, ahora un ex ministro todavía embajador que tras el dictamen del Consejo de Estado se aferra al mismo argumento, sus responsabilidades, de haberlas, pues no creer tener ninguna respecto al accidente del Yakolev, en realidad de la gestión contratación de las aeronaves, directa o indirectamente, así como las pólizas de seguro correspondientes, han quedado solventadas en tres elecciones generales donde una y otra vez obtuvo el acta de diputado. Es la concepción patrimonial del escaño, concepción salvífica y personalizada más allá del bien y del mal en una mentalidad jacobina y trasnochada de un poder absoluto, monolítico y con total desprecio a los demás.
No debemos aprender a vivir sin el pasado. Si no nos queda la memoria, no somos nada. El ser humano es pasado y presente. El futuro solo es eso, algo que vendrá. Sea en el Consejo de Estado sea donde sea o querer de fuer.
Lástima por aquellos sesenta y dos militares que perdieron su vida en una auténtica chatarra volante. Lástima por el desprecio y la indiferencia con que se trató a unas familias que perdieron lo más sagrado, la vida de sus seres queridos. Lástima por el cinismo político que se prodigó aquellos fatídicos días, con sus declaraciones, con sus misivas y con sus desplantes. Lástima de concebir la política por parte de algunos. Cuánto daño hacen a la misma, pues no la conciben como servicio a los demás y a los ciudadanos o a su país, comunidad o ciudad. Lástima quiénes le dan pábulo y colchón, impunidad y blindaje. El daño es infinito. Pero tenemos lo que nos merecemos. Desgraciadamente sesenta y dos familias tienen dolor y desgarro. Solamente. Dolor que otros no sienten.