Una pena de Cid

El creador de la serie, tras los dislates de su promoción y del protagonista, ha intentado salir al rescate de la serie del Cid pregonando su amor por el personaje y que en su voluntad estaba dar a conocer al héroe legendario. No dudo de sus intenciones pero visto el resultado me quedo con el aserto que afirme que el infierno está empedrado con ellas.

Y mira que lo tenían fácil. Tirando bien por la historia, la del personaje es tan emocionante y a veces más que su propia leyenda o bien por el Cantar, una obra cumbre de nuestra lengua universal. Con los medios actuales el resultado por uno u otro camino podría haber sido espectacular. Pero vistos los primeros cinco capítulos el resultado es perverso y por debajo del listón de la mediocridad.

Es ficción, vale. Pero ¿era preciso patear la historia con tal frenesí?. El primer capítulo, el peor, es infame, una tergiversación y un galimatías total.

Contrapongo un ejemplo. “Sidi”, la novela de Pérez Reverte también es ficción. Crea y cuaja un personaje muy propio y personal y recrea el espíritu de una frontera de manera magistral. Pero cuando incardina la acción en un hecho histórico este se respeta con rigor y no lo retuerce ni lo trastoca hasta la mendacidad como sucede de continuo aquí.

El Cid histórico, las investigaciones han conseguido descubrir al personaje como tal, hubiera dado para un guion excepcional y una seré impactante y novedosa. El de la serie es un bodrio descomunal, su garrafal y determinante fallo que la condena. Es, sencillamente, malo a rabiar, enredado, plagado de estereotipos, y presentismos ridículos, la Infanta Urraca por momentos parece recitar las soflamas de Irene Montero.

Y si hubieran querido ir por la leyenda, tenían en el Cantar el mejor instrumento literario, linguístico y emocional. Cualquiera de sus diálogos les hubiera dado las claves de por transitar y no por donde han ido. De lo pandillero suburbial al puro engolamiento y ampulosidad. Eso cuando no hace hablar al rey Fernando como un analista de bolsa. Hay una frase en este sentido alucinante en verdad. Conclusión, que ni por un lado ni por el otro y como resultado algo peor que la mediocridad trufada de dislates, prejuicios y tópicos.

Algunos actores, los más veteranos, hacen lo que pueden, y es bastante. Destacan José Luis Garcia (Fernando I) y Echanove (Obispo de León). Otros no dan la talla. El que menos y en todos los sentidos, el protagonista. En suma, que una pena y una frustración, que este Cid, por lo visto hasta el momento, no quedará en la retina de nadie. Que ¡donde van a parar Charlón Heston y Sofía Loren!

Hay cosas que por tanto llover sobre mojado cabrean. Son la continua lacra del cine español. No sería la intención pero aquí están volviendo a cabrear y no extraña que provoquen una potente respuesta y reacción.

A mi, por ejemplo, amén del apaleamiento de la historia, de que todos eran unos guarros, que no había ni cultura, ni arte, y toda la retahíla añadida, me cabreó, como autor de “La tierra de Alvar Fáñez” el trato de borrico y patán, que no lo fue en absoluto, aunque sí valiente y leal al Cid de quien era familia cercana y con quien se trataba de hermano “mi-anai” en vascón, Minaya en el Cantar y que, otra de las trampas, sí fueron armados caballeros ambos por el rey Fernando. En la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora, para ser exactos. 

Una pena de Cid

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