La guerra de la lenguas

Partiendo de que las lenguas no se crearon tanto para entenderse como para que no te entendieran los demás, los vecinos, los “otros”, habrá que convenir en que la cooficialidad en Cataluña del castellano y del catalán, es decir, su convivencia armónica y enriquecedora, es algo que, por su extrema complejidad y su enorme importancia, nunca debió dejarse en manos de los políticos exclusivamente.
De que los idiomas no se inventaron para entenderse, sino para que no lo entendieran los forasteros, da fe el hecho de que el esperanto, la lengua universal ideada por el doctor Zamenhof, no prosperara, y sí, en cambio, cualquier jerga que acotara el ámbito de su comprensión a los cerrados límites de un grupo humano. Los políticos, que saben poco de política y menos de idiomas, no podían sino hacer un estropicio con ese tesoro doble del bilingüismo en Cataluña. Los unos, concediendo demasías y privilegios a la lengua vernácula a cambio del apoyo parlamentario y presupuestario de los nacionalistas, y éstos, aprovechándose con frenesí de ese cambalache para construir “nación” e “identidad” con lo más potente que las crea, el idioma.
La cooficialidad del castellano y el catalán, ambas lenguas españolas, primas hermanas, tiene poco, según se ha desarrollado, de armónica, y mucho de segregacionista. La convivencia de ambos idiomas en la vida oficial y en la ordinaria de las personas, que habría de ser cooperativa, de tanto monta, por corresponderse casi milimétricamente cada uno de ellos a la mitad de la población, se ha revelado artificialmente conflictiva por dejarse, como digo, en las solas manos de los políticos, de suyo inclinados, todos ellos, al sectarismo.
¿Tan difícil es que se entienda que la realidad, que no es otra que el castellano es el idioma del conjunto de la nación, o sea, de la nación, del Estado, y las otras lenguas españolas, el catalán, el vasco, el gallego, el valenciano o el bable, los idiomas propios de sus respectivos territorios, no puede violentarse, imponiendo unos u otros sobre los demás, sin esperar infaustas consecuencias? En Francia lo entienden perfectamente.
En las escuelas catalanas se debe enseñar a hablar bien, a expresar con precisión y decoro las ideas y los sentimientos, y pues se radican donde se disfruta de un envidiable bilingüismo de nacimiento, a hablar bien, y a escribir bien, y a leer bien, en los dos idiomas. En vez de velar por eso, los políticos han fabricado un agujero negro en la cultura y en el entendimiento.

La guerra de la lenguas

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